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Feast of the Baptism of the Lord 1982

Pope St John Paul II's Homily at Holy Mass
+ administration of the Sacrament of Baptism in the Sistine Chapel
Sunday 10 January 1982 - in Italian & Portuguese

"1. “Tu sei il Figlio mio prediletto, in te mi sono compiaciuto” (Mc 1,11).

Cari fratelli e sorelle, queste parole, che segnano il culmine della narrazione evangelica odierna del Battesimo di Gesù, a cui è consacrata la Liturgia di questa domenica, accompagnano mirabilmente il sacramento del Battesimo, che sto per conferire ai Neonati qui presenti.

So che questo è un momento caratterizzato anche da un’intensa emozione umana, soprattutto per i Genitori dei bambini e per i parenti più prossimi. Ma ciò che noi ora operiamo trova il suo significato più profondo nel fatto che mettiamo in essere un nuovo e straordinario rapporto di grazia tra Dio e queste creature, che sono già persone umane nel pieno senso della parola, a cui i Padrini prestano la voce e la risposta.

2. “Tu sei il Figlio mio prediletto”! La voce dal cielo, al Giordano, valeva in grado sommo ed incomparabile per Gesù, unico vero Figlio di Dio da sempre. Ma oggi e ad ogni Battesimo, è come se quelle parole celesti venissero ancora di nuovo pronunciate, con significato non identico ma analogo a quelle evangeliche, su ciascun battezzato. Con questo sacramento, infatti, viene donata in modo nuovo la paternità di Dio, e chi la riceve acquista un nuovo rapporto di filiazione nei suoi confronti. Si instaura così una condizione di intima comunione con Lui, la quale rappresenta il superamento di ogni alienazione interiore dovuta al peccato, e quindi la formazione, come scrive san Paolo, di “una nuova creatura” (2Cor 5,17).

3. Il Battesimo, pertanto, è davvero una nuova nascita, una rinascita, come si esprime lo stesso Apostolo: “Un lavacro di rigenerazione e di rinnovamento nello Spirito Santo” (Tt 3,5). Ed è per questo che tutti noi, in quest’ora, ci rallegriamo vivamente di profonda letizia spirituale. La nostra è la gioia della famiglia ecclesiale, che corrisponde esattamente a quella del momento del parto, quando la madre esulta perché “è venuto al mondo un uomo” (Gv 16,21). Così facciamo noi, perché in questo momento alcuni nuovi membri entrano a far parte della famiglia di Dio, e, se essi acquistano in lui un nuovo Padre, trovano pure in noi dei nuovi fratelli, pronti ad accoglierli con premura e con esultanza nella grande comunità dei figli di Dio.

4. Un dovere, però, s’impone a tutti noi, ed in special modo ai genitori ed ai padrini: quello di educare responsabilmente i neo-battezzati e di aiutarli a crescere cristianamente. Dagli Atti degli Apostoli abbiamo sentito che Gesù, dopo il suo Battesimo, “passò beneficando e risanando tutti” (At 10,38). Il Battesimo deve manifestarsi nella vita concreta, con una testimonianza luminosa e adeguata ai fondamenti ricevuti in quel sacramento. Infatti, “per mezzo del Battesimo siamo stati sepolti insieme a Cristo nella morte, perché come Cristo fu risuscitato dai morti..., così anche noi possiamo camminare in una vita nuova” (Rm 6,4). Occorre che il seme della grazia, impiantato “nei nostri cuori” (Gal 4,6; Rm 5,5), e cioè nell’intimo dei battezzati, cresca e fruttifichi in abbondanza, e per questo è determinante l’apporto di chi più da vicino li segue e può condizionare la loro maturazione cristiana.

5. Per tutto questo, anche tutti voi adulti siete chiamati oggi a vivere il vostro battesimo, cioè a rinnovare la vostra fede nel Signore ed i vostri impegni ecclesiali, poiché ciò che ora celebriamo ci coinvolge tutti personalmente. Da parte mia, assicuro la mia preghiera non solo per i piccoli battezzandi, ma pure per voi, perché possiate affrontare degnamente i vostri doveri cristiani nei loro riguardi. E tutti insieme chiediamo al Signore “di essere potentemente rafforzati dal suo Spirito nell’uomo interiore” (Ef 3,16) per vivere sempre alla sua maggior gloria.  Amen."

Homilía del Santo Padre Juan Pablo II
en la Misa en el Pontificio Colegio Pio Latino Americano
10 de enero de 1982 - in Spanish, Italian & Portuguese

"Amadísimos hermanos,
superiores y alumnos del Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma:
1. Aceptando la invitación que me hicieron hace algún tiempo los Superiores, con sumo gusto comparto con vosotros la Eucaristía de esta tarde, que nos convida a adentrarnos en el misterio de Cristo, hoy festividad del bautismo del Señor.

He querido hacer una visita al Colegio, que sigue a la realizada hace 19 años por mi Predecesor el Papa Pablo VI, para mostrar así toda la estima que nutro hacia los centros eclesiales de Roma, en los que reciben un complemento de formación intelectual y espiritual tantos sacerdotes llegados hasta aquí, como vosotros, desde muy diversos y lejanos Países de todo el mundo.

Concretamente, al venir a esta casa me parece que vuelvo a pisar de nuevo, como en una visita a cada País, las tierras del continente americano, cuya vida religiosa sigo con especial solicitud por su gran importancia para la Iglesia. Tierras a las que mi misión apostólica me ha llevado físicamente en tres ocasiones, en mis visitas a la República Dominicana, a México y Brasil, y a las que en tantas otras circunstancias me ha acercado mi ministerio de Sucesor de Pedro y Pastor de toda la grey de Cristo.

Hace apenas un mes, celebrábamos juntos, en la basílica de San Pedro, el 450 aniversario de la presencia materna de Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac. Ella que es la Patrona de América Latina, me ha abierto el camino del encuentro con los pueblos de ese continente y me ha guiado también hasta vosotros, que procedéis de aquellas naciones de profunda raigambre cristiana y mariana.

2. Sé bien que la historia del Colegio, una obra querida por el Papa Pío IX en 1858, ha estado ligada muy íntimamente, durante sus casi ciento veinticinco años de existencia, a la historia de unos pueblos que van escribiendo, entre el dolor, el gozo y la esperanza, su propio camino de salvación.

Desde que recibieron la fe hace varios siglos, hasta el momento actual.

En ese sendero de salvación en Cristo Redentor, han dejado su huella imperecedera los 18 Cardenales y 298 Obispos que se formaron en este Colegio y que como Pastores de tantas Iglesias locales han continuado su obra de maestros de la Verdad, ministros del amor salvador y defensores del hombre. A ellos se ha unido una verdadera pléyade de sacerdotes, también alumnos de este Centro, que se han diseminado luego por toda la extensión del continente. Como portadores del mensaje evangelizador, sostenedores en la fe de los testigos del Cristo vivo, creadores de esperanza, predicadores de la dignidad de cada hombre, hermano y amado individualmente por Dios.

Esta breve mirada al pasado de vuestro Colegio, ha de ser para vosotros un compromiso frente al futuro, para continuar e intensificar una línea de generosa y fiel entrega a la Iglesia, a la que os empeña vuestra condición de almas consagradas y vuestra libre elección. Son muchas las personas que así lo esperan y que tienen derecho a recurrir a vosotros en demanda de las ayudas que el poder de Cristo pone en vuestras manos por medio de la Iglesia.

3. Para mejor prepararos a esa misión que os aguarda, podéis disponer ahora, liberados momentáneamente de las tareas de un apostolado directo que consumirán luego vuestras energías de cada día, de un tiempo precioso.

Vuestra presencia como estudiantes en este centro de la Iglesia, junto al Sucesor de Pedro, a donde llegan los latidos de todo el orbe católico os ofrece posibilidades insospechadas de abrir vuestras mentes y corazones a esa dimensión de universalidad eclesial que ha de ser una característica en vuestra vida de sacerdotes.

Al mismo tiempo, la mayor cercanía, incluso física, al Papa, que es la vez Obispo de la diócesis que os hospeda durante estos años de vuestra permanencia romana, ha de daros ese más profundo sensus Ecclesiae, ese constante hábito de tomar como punto de referencia, en vuestra vida personal y en vuestro ministerio, las indicaciones del Magisterio de la Iglesia.

Ello contribuirá a mantener en vosotros la conexión íntima con Cristo, centro del misterio eclesial de salvación, y afianzará la base segura de la guía espiritual de los demás, que como pastores de almas estáis llamados a ejercer en vuestros respectivos ministerios.

Ese amplio sentido de Iglesia, en fidelidad a las enseñanzas magisteriales, os confirmará en la imprescindible vinculación con vuestros respectivos Pastores, dentro de la porción eclesial en la que viviréis vuestra concreta inserción en el designio salvador de Dios. En esa delicada y altísima misión como “piezas centrales en la tarea eclesial, como principales colaboradores de los Obispos, como participantes de los poderes salvadores de Cristo, testigos, anunciadores de su Evangelio, alentadores de la fe y vocación apostólica del Pueblo de Dios”.

Este es el fruto que de los años pasados en Roma, en la meditación y el estudio, esperan vuestros Obispos. Así me lo han dicho en la reciente visita que el 7 de noviembre último me hicieran los miembros de la Comisión Episcopal para el Colegio. Y esta es también la confianza del Papa respecto de vosotros, para que así toméis después, con alegre y esperanzadora actitud, vuestra parte de responsabilidad en la guía de un continente de jóvenes, en el que hay que afrontar tantos y urgentes retos.

4. En la línea de esta vasta visión de vuestro futuro ministerio, querría insistiros en algo que es esencial en el mismo: la sólida preparación espiritual, en la que ha de basarse todo lo demás.

En efecto, estos años que ensanchan horizontes culturales en vuestro contacto con las Universidades romanas, ha de dar a la vez un fuerte impulso a vuestro acercamiento a las grandes fuentes de la espiritualidad. Ante todo a la Palabra revelada, fuente directa de luz y de guía divinas; también a los documentos del Magisterio, a la vivencia eucarística y sacramental, a los seguros veneros de los Padres, de la liturgia, de los grandes maestros de la espiritualidad, a los modelos eclesiales de la rica tradición hagiográfica de la Iglesia.

Todo ello en vistas a crear esa actitud existencial que dé una fuerte orientación de fe a la propia vida y al ministerio pastoral. Para valorar justamente las diversas opciones prácticas y saber dar la debida prioridad, desde una clara identidad sacerdotal y evangélica, a la opción por los más necesitados, los obreros, campesinos, indígenas, marginados y grupos afro-americanos.

Comprometiéndose asimismo en la verdadera promoción y defensa de la dignidad de cada hombre y en el empeño por una mayor justicia en una sociedad que tanto la necesita, como bien os enseña vuestra propia experiencia.

5. La palabra de Dios que acabamos de escuchar en el pasaje evangélico de esta Misa del bautismo del Señor, encierra todo un programa y actitud de vida: “Tú eres mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias”. Es la voz del Padre que, en presencia del Espíritu, manifiesta su amor por el Hijo. Ese misterio revelado de amor divino extendido a todo hombre en Cristo, a la escucha del cual debemos permanecer continuamente, para hacerlo vida en nuestra realidad cotidiana y en la de los hombres de nuestro tiempo.

De ese amor del Padre en Cristo Salvador habréis de ser los testigos creíbles en medio de vuestras comunidades. Y esto lo lograréis en la medida en que asumáis con gozo y generosidad vuestra misión sacerdotal. Con una clara visión de la misma en cuanto continuadores de la obra salvadora de Jesús, amados por el Padre, dóciles a la fuerza vivificadora del Espíritu Santo, fieles a la Iglesia que os ha confiado la tarea de servicio en la fe a los hombres, para conducirlos a la liberación integral en Cristo.

6. No puedo concluir estas breves reflexiones sin dirigir una palabra de aliento a los miembros de la comunidad de Jesuitas a los que está confiada la dirección del Colegio y la guía espiritual de los alumnos. Con mi vivo agradecimiento en nombre de la Iglesia por sus desvelos y sacrificios, va también mi cordial exhortación a no desfallecer en su propósito, a fin de que las metas a las que he aludido antes sean una realidad cada vez más consoladora en la vida del Colegio y de sus alumnos.

Ni quiero omitir la expresión de mi sincera gratitud a las Hermanas de la Doctrina Cristiana aquí presentes, quienes con su trabajo oculto y esforzado tanto contribuyen a la buena marcha de esta comunidad presbiteral. Que el Señor las recompense largamente por este meritorio servicio eclesial que prestan. Igualmente manifiesto mi aprecio y saludo en el amor de Cristo a los colaboradores laicos, acompañados en este acto por sus familiares. A todos bendigo de corazón.

Vamos a proseguir la Eucaristía, presentando sobre el altar, por manos de la Madre de Jesús y Madre nuestra la Virgen Santísima de Guadalupe, todas estas intenciones, a fin de que El las acoja, las bendiga, las haga fructificar en abundantes gracias que acompañen en todo momento nuestra vida. Así sea."

Papa San Giovanni Paolo II's words at the Angelus
- in Italian, Portuguese & Spanish

"1. “Tu sei il Figlio mio prediletto, in te mi sono compiaciuto” (Mc 1,11).

Con tali parole la Liturgia chiude oggi il tempo di Natale e dell’Epifania del Signore. Le hanno ascoltate i pellegrini, riuniti presso la riva del Giordano al momento del Battesimo di Cristo.

Da diverse parti la gente accorreva a Giovanni, che predicava il battesimo di penitenza. Venne anche Gesù di Nazaret, quando la sua missione messianica doveva già rivelarsi pubblicamente in mezzo ad Israele. Giovanni il Battista era stato il primo, che ne aveva dato testimonianza presso il Giordano, e la sua testimonianza umana fu confermata dalla divina testimonianza del Padre, data presso il Giordano nella potenza dello Spirito Santo: “Tu sei il Figlio mio prediletto, in te mi sono compiaciuto”.

2. Chiudiamo il ciclo liturgico, nel quale la Chiesa medita, con profonda gratitudine e commozione, sulla rivelazione del Dio-Figlio nella natura umana: “E il Verbo si fece carne e venne ad abitare in mezzo a noi” (Gv 1,14), e noi vedemmo la gloria, con la quale l’ha circondato il Padre, in mezzo alla totale povertà della notte di Betlemme sotto gli occhi dei Pastori e poi dei Magi venuti dall’Oriente.

Oggi la Chiesa, insieme con questa epifania del Verbo Incarnato a Betlemme, unisce l’epifania, che ha avuto luogo nei pressi del Giordano: la gloria con la quale il Padre ha circondato Gesù di Nazaret, quando egli è venuto come uno dei pellegrini a chiedere a Giovanni il battesimo di penitenza. Sempre la stessa povertà: l’umiltà e la spogliazione del Figlio dell’uomo inserita nella gloria del Verbo Eterno, in lui nascosta.

3. “A quanti... l’hanno accolto, ha dato potere di diventare figli di Dio: a quelli che credono nel suo nome” (Gv 1,12).

La Chiesa del Verbo Incarnato cammina attraverso il mondo con tale fede. Nella nascita del Dio-Figlio dalla Vergine per opera dello Spirito Santo, ammira mediante la fede il mistero della nascita spirituale dell’uomo, adottato dal Padre come figlio nel Figlio Eterno. Questa fede distingue i confessori di Cristo in tutto il mondo. Essa unifica la Chiesa fin dalle stesse fondamenta più profonde della sua costruzione spirituale.

In questa unione di fede desidero salutare, sulla soglia del nuovo Anno del Signore, tutte le Chiese che sono nell’intero orbe terrestre.

In particolare saluto quelle Chiese, i cui pastori ho avuto, e continuo ad avere il piacere di incontrare quando vengono a Roma “ad limina Apostolorum”. Nel 1981 ho avuto la gioia di incontrare i Vescovi di Gambia, di Liberia e Sierra Leone, di Tanzania, di Angola e Sao Tomè, del Sudan, del Ghana, della Costa d’Avorio, del Mali, e un gruppo di Vescovi spagnoli.

Ho avuto la fortuna di ricevere soprattutto l’Episcopato Italiano secondo le singole regioni. A causa del ritardo, dovuto alle conseguenze dell’avvenimento del 13 maggio, le visite “ad limina” si protraggono in queste prime settimane dell’anno nuovo. Gli incontri individuali con i Pastori delle singole diocesi vengono completati dall’incontro collegiale con le Conferenze Regionali. Ringrazio il Buon Pastore per questa particolare occasione di potermi avvicinare a ciascuna delle Chiese in terra italiana, come degli altri paesi, tutti a me cari.

4. Le società di tutto il mondo, e particolarmente le nazioni dell’Europa e dell’America, continuano a mostrare preoccupazione, a motivo della situazione creatasi in Polonia in relazione alla proclamazione dello stato d’assedio.

Un tale stato ha portato e porta in sé la violazione di fondamentali diritti dell’uomo e della nazione.
Nel suo discorso per l’Epifania del Signore il Primate di Polonia ha affermato – così come anche il Cardinale di Cracovia – che viene violato uno dei più fondamentali diritti dell’uomo: il diritto alla libertà di coscienza e di convinzioni.

Sotto la minaccia di perdere il lavoro, cittadini vengono costretti a firmare dichiarazioni che non concordano con la loro coscienza e con la loro convinzione.

Violentare le coscienze è un grave danno fatto all’uomo. È il più doloroso colpo inferto alla dignità umana. È, in un certo senso, peggiore dell’infliggere la morte fisica, dell’uccidere: “Non abbiate paura di quelli che uccidono il corpo...” (Mt 10,28), ha detto Cristo, dimostrando quanto più grande male sia il fare violenza allo spirito umano, all’umana coscienza.

Il principio del rispetto delle coscienze è un diritto fondamentale dell’uomo, garantito dalle costituzioni e dagli accordi internazionali.

Elevo la voce a Dio, insieme con tutti gli uomini di buona volontà, perché non siano soffocate le coscienze dei miei connazionali.

Voglio anche ricordare che in questa domenica si celebra la“Giornata del Seminario di Roma”.

Il problema delle vocazioni diocesane è uno di quelli che più impegnano la sollecitudine di un Pastore, perché le nuove leve sacerdotali assicurano l’efficienza e l’avvenire della vita diocesana.

Perciò, come Vescovo di Roma, a cui l’odierna ricorrenza dell’annuale “Giornata del Seminario” sta sommamente a cuore, io mi rivolgo a voi, qui presenti, a tutta la comunità diocesana, a quanti in questo momento sono in ascolto, per rendervi partecipi della sollecitudine e delle preoccupazioni ecclesiali.

Se, infatti, da una parte abbiamo motivo di speranza e di fiducia con la constatazione dell’aumento, registrato negli ultimi due anni, del numero di aspiranti al sacerdozio, dall’altra parte in una città come Roma, che non rallenta il ritmo di espansione demografica, dobbiamo anche rilevare la sproporzione tra i bisogni spirituali e la scarsezza delle braccia e dei servizi.

Quello delle vocazioni sacerdotali è soprattutto un problema d’impegno nella preghiera, che tocca tutta la comunità cristiana, secondo l’invito di Gesù a rivolgerci al Signore della messe per l’invio di altri operai. Una preghiera che si accompagna all’esigenza della catechesi, all’offerta in favore del Seminario, ma che si lega soprattutto alla necessità del sacrificio per ottenere dal Signore nuove vocazioni.

Voglio sperare che tutti accolgano questo mio invito perché la diocesi del Papa faccia fronte alle crescenti sue necessità.
Dopo la recita dell'Angelus


Saluto ai fedeli presenti in Piazza San Pietro.
Auguro a tutti una buona domenica, una domenica spiritualmente buona. Ringrazio per la vostra presenza, per la vostra preghiera, per la vostra solidarietà. Abbraccio le vostre famiglie, i bambini, gli anziani. E a tutti dico: sia lodato Gesù Cristo!"

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