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St John Paul II's 3rd Apostolic Visit to Spain

19th - 21st August 1989

Papa San Juan Pablo II was a pilgrim to Spain for the third time for the second international World Youth Day / Jornada Mundial de la Juventud, celebrated in Santiago de Compostela.

Saturday 19th August - after being welcomed to Santiago de Compostela, Pope St John Paul II gave an address during the rite of the pilgrim and prayed before the tomb of the Apostle St James. In the afternoon he met with the sick and disabled young people gathered in the church of the Major Seminary ahead of the vigil with young people.
Sunday 20th August - JPII celebrated Mass for IV JMJ on the Monte del Gozo and recited the Angelus (to read all JPII's words at WYD Santiago in English, click here). From Santiago, JPII travelled to Asturias where he celebrated Holy Mass for the faithful.
Monday 21st August - Papa San Juan Pablo was in Covadonga where he prayed to Our Lady of Covadonga, addressed members of the 'Royal Site of Covadonga' and celebrated Mass at the Marian Basilica of Covadonga.

Discurso del Papa San Juan Pablo II en la Ceremonia de Bienvenida
Aeropuerto Labacolla de Santiago de Compostela, Sábado 19 de agosto de 1989 - also in Italian

"Majestad:
Gracias por sus cordiales expresiones de bienvenida, que reavivan en mi memoria las inolvidables muestras de simpatía recibidas con motivo de mis anteriores visitas pastorales a España. A mi sincero agradecimiento a Vuestras Majestades, por haberse desplazado a Santiago para recibirme, se une espontáneamente mi afectuoso saludo a todos los amadísimos hijos de España, y en particular a los de Galicia y Asturias. Todos ellos están dignamente representados aquí por mis hermanos en el Episcopado, así como par miembros del Gobierno de la Nación y por las Autoridades Autonómicas, a los cuales saludo con gran respeto y estima.

Al iniciar mi tercera visita pastoral a España no puedo silenciar mi gozo, porque vengo a Santiago de Compostela para encontrarme con jóvenes católicos de todo el mundo. Desde los más lejanos lugares, de todos los continentes, se dan cita fraternal junto al venerado sepulcro del Apóstol, para vivir unas jornadas intensas bajo el signo común de la fe cristiana. Muchas y diferentes han sido en estos días las "rutas jacobeas"; pero único ha sido el itinerario espiritual que ha guiado a estos jóvenes, convertidos en peregrinos a Santiago. Con enorme sacrificio y fatiga, con espíritu de penitencia, han confluido hasta aquí, deseosos de corroborar la amistad con Dios y con los hombres, dejándose inundar por la luz y la paz que Compostela sigue irradiando desde siglos.

En este lugar privilegiado, meta de peregrinos y penitentes, halló la joven Europa uno de los factores poderosos de cohesión: la fe cristiana, reavivada sin cesar, que iba a constituir una de sus raíces más firmes y fecundas. Cuando estamos ya casi en los umbrales del año dos mil, viendo a tantos jóvenes que llegan en busca de este horizonte de gracia y de perdón, podemos percatarnos felizmente de cómo la peregrinación de hoy constituye no sólo un obligado homenaje al pasado, sino también un acto de confianza en sus perspectivas de renovada vitalidad para el presente y para el futuro.

En este año se ha conmemorado el XIV centenario del III Concilio de Toledo; una celebración que puede hacer suscitar un eco de admiración y un cúmulo de sugerencias entre los jóvenes venidos a este encuentro de Santiago. El III Concilio toledano, además de ser un hito importante para el logro de la concordia y de la unión en la historia hispana, nos ofrece la clave para comprender la comunión de España con la gran tradición de las Iglesias de Oriente. ¿Cómo no recordar las figuras de los Santos hermanos Leandro e Isidoro? Ambos, santos y transmisores del saber, favorecieron la unión de los pueblos y la superación de las rupturas causadas por la herejía arriana. Con ellos la Iglesia católica se presentaba ante los pueblos como el espacio creador de libertad en que se encontraban contrapuestas las culturas hispano-romana y goda. Así fue posible inaugurar una nueva época e ir más allá de las diferencias y divisiones que ofrecían aspectos no fácilmente reconciliables. Frutos preciados de aquel acontecimiento eclesial fueron la armonización profunda de perspectivas entre la Iglesia y la sociedad, entre fe cristiana y cultura humana, entre inspiración evangélica y servicio al hombre.

España ha tenido siempre una vocación universal, católica. Preclaro símbolo de esa vocación es Santiago de Compostela, la ciudad que, por la fuerza de la memoria apostólica, atrae a distintos pueblos para que encuentren la unidad en una misma fe. El nombre de Santiago corrobora la presencia de España en la historia de las tierras de América. Por esto, al visitar España por segunda vez, encomendé a la Virgen del Pilar en Zaragoza la ya próxima celebración centenaria del descubrimiento y evangelización de América. En más de una ocasión he tenido la oportunidad de reconocer la gesta misionera sin par de España en el Nuevo Mundo. La Iglesia de hoy se prepara a una nueva cristianización, que se presenta a sus ojos como un desafío, al cual deberá responder adecuadamente como en tiempos pasados.

Vengo, pues, a Santiago, ciudad de innumerables referencias para innumerables pueblos. Vengo como Sucesor de Pedro para alentar a mis hermanos; para avivar las fuerzas de los jóvenes y confortarme con ellos; y para anunciar a Jesucristo como Camino, Verdad y Vida. Para comprometer a todos en la construcción de un mundo donde resplandezca la dignidad del hombre, imagen de Dios, y promueva la justicia y la paz. Y siguiendo el testimonio del Apóstol protomártir, Santiago, quiero invitar a los jóvenes a que abran sus corazones al Evangelio de Cristo y sean sus testigos; y si fuera necesario testigos-mártires, a las puertas del tercer milenio.

¡Que Dios nos bendiga siempre!

¡Que el Apóstol Santiago nos acompañe! A María, antes de ir a Covadonga, confío este encuentro con la juventud."

Discurso de Papa San Juan Pablo II durante el Rito del Peregrino
Santiago de Compostela, sábado 19 de agosto de 1989 - also in English & Italian   

"1. «¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestro pies tus umbrales, Jerusalén!» (Sal 122 [121], 1-2).

Amados hermanos en el Episcopado,
hermanos y hermanas en Cristo:

Como un peregrino más, quiero dar gracias al Señor, de quien viene todo bien, por encontrarme en Santiago de Compostela. Ante este majestuoso Pórtico de la Gloria, que contemplo por segunda vez, me siento embargado de veras por esa emoción encendida en los corazones de millares y millares de peregrinos jacobeos, que a lo largo de los siglos han posado su mirada en este singular y original retablo de piedra, imagen evocadora de la verdadera Jerusalén celestial.

Antes de atravesar el umbral de la casa y templo del Señor Santiago, para venerar su sepulcro y abrazar su imagen, quiero saludar a los aquí presentes, peregrinos también al sepulcro del Apóstol.

Ante todo deseo dar mi fraterno saludo al Pastor de esta archidiócesis, mons. Antonio María Rouco Varela, a quien agradezco las sentidas palabras que ha tenido a bien dirigirme. Saludo igualmente a su obispo auxiliar, mons. Ricardo Blázquez Pérez, así como a los señores cardenales y demás obispos presentes, venidos de otras diócesis de España y del mundo, acompañados por tantos peregrinos. Con ellos, saludo también a los numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas.

Mi cordial saludo se dirige asimismo a los seminaristas y a los jóvenes que, en representación de todos los demás y con la capa de peregrino sobre sus hombros, me han acompañado hasta la catedral.

De modo particular renuevo mi afectuoso saludo a Sus Majestades los Reyes de España, que han querido participar en esta liturgia. Por medio de ellos me permito reiterar mi caluroso saludo al querido pueblo español.

Quixo Deus que como Bispo de Roma, Sucesor de Pedro, natural de Galizia oriental, chegase, de novo, como peregrino i encontrarme neste lugar santo, na Galicia occidental, do Finisterre hispánico, con xóvenes peregrinos de todo o mundo para louvanza de Xesús Cristo, Camiño, Verdade e Vida.

(Quiso Dios que como Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, natural de la Galicia oriental, llegase, de nuevo, como peregrino y me encontrase en este lugar santo, en la Galicia occidental, del Finisterre hispánico, con jóvenes peregrinos de todo el mundo para alabanza de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida).

2. «Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor» (Sal 122 [121], 3-4).

Esta peregrinación asume un significado excepcional, al ser la meta de todos los que participan en la IV Jornada Mundial de la Juventud.
Compostela, hogar espacioso y de puertas abiertas, donde se ha venido dispensando por siglos y siglos, sin discriminación alguna, el pan de la "perdonanza" y de la gracia, quiere convertirse a partir de ahora en foco luminoso de vida cristiana, en reserva de energía apostólica para nuevas vías de evangelización, a impulsos de la fe de los jóvenes, de una fe siempre joven.

Son multitud los que se han unido a mi peregrinación ― otros muchos están también presentes en espíritu ―, sintiéndose todos convocados por la palabra de Cristo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Estos mismos peregrinos transmiten al mundo actual el germen esperanzador de una nueva generación de discípulos de Cristo, íntimamente ilusionados y entregados con generosidad, al igual que el Apóstol Santiago, a la aventura de difundir y enraizar la Buena Nueva entre los hombres.

Esta evangelización se ofrece como prerrogativa a los jóvenes de corazón generoso y creador, abiertos a la construcción de un mundo sin fronteras, donde prevalezca una civilización del amor, cuyos protagonistas deben ser todos los hijos de Dios diseminados por el mundo.

3. «Desead la paz a Jerusalén: Vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus manos» (Sal 122 [121], 6-7).

Hoy, aquí, ante el Pórtico de la Gloria, esta peregrinación de la IV Jornada Mundial de la Juventud se presenta como un signo claro y elocuente para el mundo. Nuestras voces proclaman unánimemente nuestra fe y nuestra esperanza. Queremos encender una hoguera de amor y de verdad que atraiga la atención del orbe, como antaño las luces misteriosas vistas en este lugar. Queremos sacudir el torpor de nuestro mundo, con el grito convencido de miles y miles de jóvenes peregrinos que pregonan a Cristo Redentor de todos los hombres, centro de la historia, esperanza de las gentes y Salvador de los pueblos.

Con ellos y con todos los aquí presentes ante este Pórtico, revive ante nuestros ojos el encuentro multitudinario de los peregrinos ante las puertas del templo de Santiago, descrito por el Codex Callistinus: «Allí van innumerables gentes de todas las naciones... No hay lengua ni dialecto cuyas voces no resuenen allí... Las puertas de la basílica nunca se cierran, ni de día ni de noche... Todo el mundo va allí aclamando: "E-ultr-eia (¡adelante, ea!) E-sus-eia (¡arriba, ea!)"». Sí. Por un momento Santiago de Compostela es hoy la tienda del encuentro, la meta de la peregrinación, el signo elocuente de la Iglesia peregrina y misionera, penitente y caminante, orante y evangelizadora que va por los caminos de la historia «entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que vuelva» (Cf. Lumen gentium, 8).

4. «Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo. Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien» (Sal 122 [121], 8-9).

En primer lugar he venido para proclamar y corroborar en todos vosotros que la Iglesia es Pueblo de Dios en camino. Por algo, y no en vano, los primeros cristianos que siguieron a Cristo fueron llamados los hombres del camino. La Iglesia, en su recorrido por las sendas de la historia no deja de afirmar constantemente la presencia de Jesús de Nazaret, ya que en el camino de todo cristiano está presente el misterioso Peregrino de Emaús, que sigue acompañando a los suyos, iluminándolos con su Palabra esclarecedora y alimentándolos con su Cuerpo y Sangre, pan de vida eterna.

Por tanto, no es de extrañar que la "ruta jacobea" haya sido considerada en algunas ocasiones paradigma de la peregrinación de la Iglesia en su marcha hacia la ciudad celestial; camino de oración y penitencia, de caridad y solidaridad; tramo de la vida donde la fe, haciéndose historia en los hombres, convierte asimismo en cristiana la cultura. Las iglesias y abadías, los hospitales y albergues del camino de Santiago hablan todavía de esa aventura cristiana del peregrinar en la que la fe se hacía vida, historia, cultura, caridad, obras de misericordia.

Ya casi en los umbrales del año dos mil, la Iglesia quiere seguir siendo compañera de viaje para la humanidad; también para nuestra propia humanidad, a veces dolorida y abandonada a causa de tantas infidelidades, y siempre menesterosa de ser guiada hacia la salvación en medio de la densa niebla que se cierne ante ella, cuando se vuelve lánguida la conciencia de la común vocación cristiana, incluso entre los mismos fieles. Dejándose llevar por el Espíritu, los cristianos sembrarán por doquier los valores de paz y de verdad que brotan del Evangelio, capaces de dar un significado nuevo, una savia nutritiva al mundo y a la sociedad actual.

Es pues necesario que el recuerdo de un pasado cristiano singular apremie a todos los hijos de la Iglesia y, yo añadiría, en particular a los hijos e hijas de la noble España, a entregarse a una labor apasionante: hacer florecer un nuevo humanismo cristiano, que dé sentido pleno a la vida en un momento en el cual hay tanta sed y hambre de Dios.

5. «Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre» (Sal 100 [99], 3-4).

He ahí la razón primordial que me ha movido a venir hasta la tumba del Apóstol: anunciar desde aquí que Cristo es y seguirá siendo "el Camino, la Verdad y la Vida". En estas palabras tan evocadoras encontramos la raíz de la revelación total de Cristo al hombre, a todo hombre, que debe aceptarlo como Camino si no quiere desviarse, asumirlo como Verdad si no quiere caer en el error, y abrirse a la efusión de la Vida ―la vida eterna― que brota de El, si no quiere dejarse absorber por ideologías y culturas de muerte y destrucción.

Hoy como ayer, necesitamos descubrir personalmente, como nuestro Apóstol, que Cristo es el Señor, para convertirnos en seguidores y apóstoles, en testigos y evangelizadores, y así construir una civilización más justa, una sociedad humana más habitable. Este es el legado que Santiago ha dejado no sólo a España y Europa, sino a todos los pueblos del mundo. Y éste es también el mensaje que el Papa, Sucesor de Pedro, os quiere confiar para que la Buena Nueva de salvación no quede convertida en silencio estéril, sino que encuentre eco favorable y produzca abundantes frutos de vida eterna.

En el pórtico de esta catedral, que con gran acierto llamáis "Pórtico de la Gloria" por su belleza arquitectónica y su hundo significado espiritual, podemos contemplar la imagen de la Bienaventurada Virgen María, que aparece en un expresivo gesto de aceptación de la voluntad divina. Que Ella, peregrina de la fe y Virgen del Camino, nos ayude a todos a dar, con firmeza y sumisión, el "sí" definitivo al proyecto divino, para que pueda ser en la Iglesia y en el mundo la verdadera fuerza renovadora de la gracia, y todos los hombres puedan volver a caminar como hermanos por la senda que conduce a la mansión eterna. Pídovos, dende o fondo da miña alma, que non esquezades o que é mais voso, o legado histórico xacobeo e que dándolle gracias a Deus polo pasado non deixedes de ollar ó futuro, del tal xeito que manténdovos na fidelidade a vosa fe católica profesada sempre en comunión co Sucesor de Pedro, poidades presentar sempre ó mundo, con frescura xuvenil, a permanente mensaxe evanxélica do Apóstolo.

(Os pido, desde el fondo de mi alma, que no olvidéis lo que es más vuestro, el legado histórico jacobeo y que, dándole gracias a Dios por el pasado, no dejéis de mirar el futuro, de tal forma que, manteniéndoos en la fidelidad a vuestra fe católica, profesada siempre en comunión con el Sucesor de Pedro, podáis presentar siempre al mundo, con frescura juvenil, el permanente mensaje evangélico del Apóstol).

«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Sal 100 [99]).

¡Que Santiago y Nuestra Señora intercedan por vosotros ante el trono del Altísimo!

Así sea."

Oración de Papa San Juan Pablo II ante la Tumba del Apóstol Santiago
Santiago de Compostela, Sábado 19 de agosto de 1989 - in English & Italian 

"¡Señor Santiago!

Heme aquí, de nuevo, junto a tu sepulcro
al que me acerco hoy,
peregrino de todos los caminos del mundo,
para honrar tu memoria e implorar tu protección.

Vengo de la Roma luminosa y perenne,
hasta ti que te hiciste romero tras las huellas de Cristo
y trajiste su nombre y su voz
hasta este confín del universo.

Vengo de la cercanía de Pedro,
y, como Sucesor suyo, te traigo,
a ti que eres con él columna de la Iglesia,
el abrazo fraterno que viene de los siglos
y el canto que resuena firme y apostólico en la catolicidad.

Viene conmigo, Señor Santiago, una inmensa riada juvenil
nacida en las fuentes de todos los países de la tierra.
Aquí la tienes, unida y remansada ahora en tu presencia,
ansiosa de refrescar su fe en el ejemplo vibrante de tu vida.

Venimos hasta estos benditos umbrales en animosa peregrinación.
Venimos inmersos en este copioso tropel
que desde la entraña de los siglos
ha venido trayendo a las gentes hasta esta Compostela
donde tú eres peregrino y hospedero, apóstol y patrón.

Y venimos hoy a tu vera porque vamos juntos de camino.
Caminamos hacia el final de un milenio
que queremos sellar con el sello de Cristo.
Caminamos, más allá, hacia el arranque de un milenio nuevo
que queremos abrir en el nombre de Dios.

Señor Santiago,
necesitamos para nuestra peregrinación
de tu ardor y de tu intrepidez.
Por eso, venimos a pedírtelos
hasta este “finisterrae” de tus andanzas apostólicas.

Enséñanos, Apóstol y amigo del Señor,
el CAMINO que conduce hacia Él.
Ábrenos, predicador de las Españas,
a la VERDAD que aprendiste de los labios del Maestro.
Danos, testigo del Evangelio,
la fuerza de amar siempre la VIDA.

Ponte tú, Patrón de los peregrinos,
al frente de nuestra peregrinación cristiana y juvenil.
Y que así como los pueblos caminaron antaño hasta ti,
peregrines tú con nosotros al encuentro de todos los pueblos.

Contigo, Santiago Apóstol y Peregrino,
queremos enseñar a las gentes de Europa y del mundo
que Cristo es – hoy y siempre –
el CAMINO, la VERDAD y la VIDA."

Discurso del santo Padre Juan Pablo II a los Jóvenes Enfermos y Minusválidos
Seminario Mayor de Santiago de Compostela, Sábado 19 de agosto de 1989 - also in English & Italian

"Queridos hermanos y hermanas:
1. En este significativo día en el que tantos jóvenes y tantas jóvenes del mundo entero, reunidos en Santiago de Compostela o en los más remotos lugares del orbe, se sienten unidos con el Papa para celebrar a Cristo Redentor, vosotros constituís el centro de la atención eclesial, porque el sufrimiento os coloca especialmente cercanos a Cristo; más aún, hace de vosotros Cristos vivos en medio del mundo, pues «el hombre que sufre es camino de la Iglesia porque, antes que nada, es camino del mismo Cristo, el buen Samaritano que “no pasó de largo”, sino que “ tuvo compasión y acercándose vendó sus heridas... y cuidó de él ” (Lc 10, 32-34». (Christifideles laici, 53)

Por eso, yo siento una especial satisfacción pastoral al acercarme a vosotros para saludaros ― quisiera hacerlo a cada uno personalmente ―, para dialogar sobre vuestra situación, para animaros, para bendeciros y para hacer ver ante todos los demás hombres y mujeres lo que vosotros sois y lo que significáis para la humanidad entera.

Deseo agradecer ahora las vivas expresiones con que un representante vuestro ha puesto de manifiesto vuestros anhelos así como vuestra disponibilidad a la voluntad del Señor; expresiones y testimonios de vida que están resumidos en el libro que me habéis entregado.

También quiero mostrar mi aprecio por los sentimientos de cercanía y solidaridad con los que sufrís o estáis más limitados, manifestados por un joven de vuestra misma edad.

Dende a vosa enfermidade non solo sodes ós privilexiados ante a mirada de Deus senón que sodes ós que mellor podedes pedir e facer que a xuventude do mundo atope a Xesús Cristo, Camiño, Verdade e Vida. Nun tempo no que se oculta a Cruz, vós aceptándoa sodes testemuñas de que Xesucristo quiso abraza-la prá nosa salvación.

(Desde vuestra enfermedad no sólo sois privilegiados ante la mirada de Dios sino que sois los que mejor podéis pedir y hacer que la juventud del mundo encuentre a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. En un tiempo en el que se oculta la cruz, vosotros, aceptándola sois testimonios de que Jesucristo quiso abrazarla para nuestra salvación).

2. ¡Jóvenes enfermos y minusválidos! Precisamente en el período más bello de la vida, en el que el vigor y el dinamismo constituyen una característica peculiar del hombre, vosotros os encontráis frágiles y sin las fuerzas necesarias para realizar tantas actividades como pueden hacerlo otros muchachos y muchachas de vuestra misma edad.

Efectivamente, tantos coetáneos vuestros han venido hoy caminando hasta el Monte del Gozo, donde nos reuniremos esta tarde. Vosotros no estáis en disposición de hacer caminatas, pero ―podríamos decirlo con una paradoja― habéis llegado antes que nadie al “monte del gozo”. Sí, porque el Calvario, donde Jesús murió y resucitó y donde vosotros estáis con El, es mirado con los ojos de la fe, el monte del gozo, la colina de la alegría perfecta, la cumbre de la esperanza.

3. Yo conozco también ― porque lo he probado en mi persona ― el sufrimiento que produce la incapacidad física, la debilidad propia de la enfermedad, la carencia de energías para el trabajo, el no sentirse en forma para desarrollar una vida normal. Pero sé también ― y quisiera hacéroslo ver a vosotros ― que ese sufrimiento tiene otra vertiente sublime: da una gran capacidad espiritual, porque el sufrimiento es purificación para uno mismo y para los demás, y si es vivido en la dimensión cristiana puede convertirse en don ofrecido para completar en la propia carne “lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24).

Por esto, el sufrimiento capacita para la santidad, dado que encierra grandes posibilidades apostólicas y tiene un valor salvífico excepcional cuando va unido a los sufrimientos de Cristo.

Es inconmensurable también la fuerza evangelizadora que posee el dolor. Por eso, cuando yo llamo a todos los fieles cristianos a la gran empresa misionera de realizar una nueva evangelización, tengo presente que en primera línea estarán, como evangelizadores de excepción, los enfermos, los jóvenes enfermos “También los enfermos son enviados como obreros a su viña” Porque “el peso que oprime los miembros del cuerpo y menoscaba la serenidad del alma, lejos de retraerles del trabajar en la viña, los llama a vivir su vocación humana y cristiana y a participar en el crecimiento del Reino de Dios con nuevas modalidades, incluso más valiosas” (Christifideles laici, 53).

4. En la Carta Apostólica Salvifici Doloris he hablado largamente del sentido cristiano del sufrimiento y me he referido a varias de las ideas antes expuestas. Quisiera que esa Carta fuera como una guía para vuestra vida, de forma que contempléis siempre vuestra situación a la luz del Evangelio, fijando la mirada en Jesucristo crucificado, Señor de la vida, Señor de nuestra salud y de nuestras enfermedades, Dueño de nuestros destinos.

Vosotros, ofreciendo al Señor vuestras limitadas fuerzas, sois la riqueza de la Iglesia, la reserva de energías para su tarea evangelizadora. Sois la expresión de una sabiduría inefable, que sólo se aprende en el sufrimiento: “Me estuvo bien el sufrir, ya que así aprendí tus mandamientos” (Ps 119 [118], 71). Con el dolor la vida se hace más hunda, más comprensiva, más humilde, más sincera, más solidaria, más generosa. En la enfermedad entendemos mejor que nuestra existencia es gratuita y que la salud es un inmenso don de Dios.

Vosotros, mis queridos amigos en el dolor, a través del sufrimiento descubriréis más fácilmente, y nos enseñaréis a los demás, a descubrir a Jesucristo “Camino, Verdad y Vida”. Mirad al Señor, Varón de dolores. Centrad vuestra atención en Jesús que joven también como vosotros, con su muerte en la cruz, hizo ver al hombre el valor inestimable de la vida, que conlleva necesariamente la aceptación de la voluntad de Dios Padre.

5. Antes de finalizar este encuentro, quiero dirigirme a todas las personas que, por lazos de sangre o por su profesión sanitaria y de asistencia humana y social, estáis en continuo contacto con nuestros queridos jóvenes enfermos.

Os expreso mi aprecio por la generosidad, y a veces abnegación, con que os esforzáis por crear en torno a éstos, imágenes vivas del Cristo doliente, un ambiente familiar, acogedor y sereno. Vosotros sentís el deber de realizar vuestro trabajo como un verdadero servicio, de hermano a hermano. Sabéis bien que quien sufre no sólo busca un alivio a sus dolencias o limitaciones, sino también al hermano o hermana, capaz de comprender su estado de ánimo y ayudarle a aceptarse a sí mismo y superarse en su vida diaria.

Para ello es fundamental la fe, que os permite entrever en el enfermo el rostro amigo de Cristo. ¿No dijo El: “estaba enfermo y me visitasteis”? (Mt 25,36). En esta dimensión cristiana vuestro servicio, a veces prolongado y fatigoso, tiene un valor inestimable ante la sociedad y, sobre todo, ante el Señor.

A vosotros, queridos enfermos y minusválidos, os bendigo con mi mayor afecto. Y esta misma bendición la extiendo complacido a vuestros seres queridos y a cuantos os atienden y acompañan en el ámbito espiritual, humano y sanitario."

Discurso del Papa Juan Pablo II durante la Vigilia con los Jovenes en el Monte del Gozo
Sábado 19 de agosto de 1989 - also in English & Italian

"Peregrinos, ¿Qué buscáis?

1.1. Queridos jóvenes: os saludo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo: «el Camino, la Verdad y la Vida». A vosotros, que habéis venido de todos los pueblos de España y de las diferentes naciones de América Latina, así como de tantos países del mundo, os doy las gracias por haber aceptado mi invitación a hacer juntos esta peregrinación, este camino hasta la tumba del Apóstol Santiago.

Saludo ahora a los jóvenes de toda Galicia y, en especial, a los de la archidiócesis de Santiago. Vosotros tenéis la suerte de ofrecer casa y hospitalidad a los peregrinos que llegan a vuestra tierra, tierra privilegiada por albergar una meta de un camino que lleva a la alegría, al gozo, a Jesucristo.

Deseo saludar ahora en algunas lenguas representadas aquí por jóvenes peregrinos:

Os saludo a todos vosotros, jóvenes de lengua italiana: os deseo que esta peregrinación os sirva para reforzar vuestro camino de fe y para consolidar vuestra alegría de seguir y amar a Cristo, en todos los senderos de vuestra vida.

Saludo de todo corazón a los jóvenes de lengua francesa y los felicito por haber respondido en tan gran número a mi invitación. Queridos jóvenes, sed bienvenidos a este encuentro extraordinario que he deseado tanto. Que el gozo y la paz de Cristo estén siempre con vosotros.

Mi cordial saludo se dirige también a los numerosos peregrinos de habla inglesa que están con nosotros en esta feliz ocasión. Queridos jóvenes: habéis venido a Santiago de Compostela siguiendo las huellas de los peregrinos cristianos de diferentes tiempos y lugares. Ojalá que aquí, ante la tumba del Apóstol Santiago, os renovéis en la fe católica, que nos viene de los Apóstoles. Junto con toda la Iglesia, entregaos con generosidad a seguir a Jesucristo, el único que es «el Camino, la Verdad y la Vida».

Mi saludo cordial se dirige también a vosotros, jóvenes de los países de lengua alemana. En el Evangelio Jesús nos invita a seguir sus palabras y su ejemplo. Aceptad las palabras de Jesús no como una imposición, sino como un estímulo a la madurez humana y cristiana. Tened la valentía de entregaros con generosidad mediante el servicio. Así encontraréis vuestro ser auténtico que no lo garantiza el «poseer», y descubriréis la experiencia interior de haber recibido un gran don.

Sed bienvenidos, jóvenes de lengua portuguesa, aquí ampliamente representados por los chicos y chicas de la nación vecina: Portugal. ¡El Papa ya tenía muchas ganas de veros! A todos, con viva simpatía y afecto, repito una pregunta que os hice hace algún tiempo en Lisboa: ¿Sois plenamente conscientes de ser «aliados naturales de Cristo» para evangelizar? Que de este encuentro llevéis más viva y operosa la certeza de que sois testigos de Cristo, nuestra vida, paz y alegría.

Os saludo cordialmente, jóvenes polacos, venidos desde Polonia y de los ambientes polacos en el extranjero, hasta Santiago de Compostela, para la jornada Mundial de la juventud del año del Señor 1989, siguiendo la antiquísima ruta de los peregrinos. Expreso mi profunda alegría por el hecho de que en este lugar, vinculado a la memoria de Santiago, Apóstol y mártir, queréis rezar juntos con el Papa y ratificaros en vuestra vocación, cuyo modelo es Cristo mismo, nuestro camino, verdad y vida.

De corazón saludo también a los jóvenes flamencos y holandeses. Ojalá que, gracias a la peregrinación a Santiago de Compostela, podáis comprender mejor que la vida terrena es una peregrinación ininterrumpida hacia la patria celestial y que Jesucristo es el camino que hay que recorrer.

Saludo también cordialmente a todos los jóvenes croatas. Que Cristo sea siempre para vosotros, para vuestros coetáneos y para todo vuestro pueblo «Camino, Verdad y Vida». De corazón imparto a todos mi bendición apostólica.

Saludo también cordialmente a todos los jóvenes eslovenos. Que Cristo sea siempre para vosotros y para vuestros coetáneos «Camino, Verdad y Vida». Que os acompañe por doquier mi bendición apostólica.

¡Alabado sea Jesucristo! Deseo saludar a todos los jóvenes japoneses venidos aquí desde Extremo Oriente, para participar en la Jornada Mundial de la Juventud, en este encuentro de las esperanzas juveniles. Os deseo que, unidos en Cristo, con la ayuda de la Virgen y junto cor todos los jóvenes del mundo, podáis construir un mundo nuevo. ¡Alabado sea Jesucristo!

Saludo a los chicos y chicas del Vietnam. A todos vosotros que habéis venido de tan lejos, os deseo que, habiendo comprendido la misión del laico en la Iglesia, vayáis a testimoniarla en el nombre de Jesús:

El es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14, 6).

Con vosotros, que os habéis congregado aquí en gran número, tengo muy presentes, porque se han unido espiritualmente a nosotros, a tantos jóvenes y tantas jóvenes de todo el mundo, que han comunicado su cercanía y adhesión a esta Jornada.

También doy las gracias a los cardenales y obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y a todos los fieles laicos que os han acompañado en esta ruta jacobea.

El camino. Esta es la palabra que mejor expresa la característica de este Encuentro Mundial de la juventud.

Os habéis puesto en marcha desde todos los países de Europa, desde todos los continentes. Algunos habéis venido a pie, como los antiguos peregrinos; otros en bicicleta, en barco, en autobús, en avión... Habéis venido para redescubrir aquí, en Santiago, las raíces de nuestra fe, para comprometeros, con corazón generoso, en la «nueva evangelización», en el umbral ya del tercer milenio.

Durante siglos, innumerables peregrinos nos han precedido en el camino de Santiago. Al comienzo del primer cuadro de esta representación escénica hemos visto a los peregrinos con los símbolos característicos y tradicionales de la «ruta jacobea»: el sombrero, el bastón, la concha y la calabaza. Cuando volváis a vuestros países ―en vuestras casas y ambientes de estudio― estos símbolos os harán recordar el encuentro de esta noche y sobre todo su significado.

Para nosotros, igual que para los peregrinos que nos han precedido en épocas pasadas, este camino expresa un profundo espíritu de conversión. Un deseo de volver a Dios. Un camino de purificación y de penitencia, de renovación y de reconciliación.

Por esto, para todos nosotros, corno para los peregrinos que nos han precedido, es muy importante terminarlo con un encuentro con el Señor, a través de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Sé que muchos de vosotros los habéis recibido a lo largo de estos días. «La purificación del corazón y la conversión al Padre del cielo son ―como han escrito en su Carta pastoral los obispos de la diócesis de la ruta jacobea― inspiración y motivo fundamentales del Camino de Santiago» (n. 57).

1.2. Vamos a reflexionar sobre el significado de la palabra «camino», para que esta conversión del corazón y el encuentro con el Señor, que estamos viviendo, den sentido a nuestra vida.

La palabra «camino» está muy relacionada con la idea de «búsqueda», Este aspecto ha sido resaltado en la representación que estamos viendo.

¿Qué buscáis, peregrinos?, ha preguntado la Encrucijada de los caminos. Esta encrucijada representa la pregunta que el hombre se hace sobre el sentido de la vida, sobre la meta que quiere alcanzar, sobre la razón de su comportamiento.

Hemos visto representadas, de forma muy expresiva, algunas de las cosas que frecuentemente muchos hombres se ponen como meta de su vida y de su acción: el dinero, el éxito, el egoísmo, el bienestar. Pero los jóvenes peregrinos del escenario han visto que a la larga esto no satisface al hombre. Estas cosas no pueden llenar el corazón humano.

1.3. ¿Qué buscáis, peregrinos? Esta pregunta nos la tenemos que hacer todos aquí. Sobre todo vosotros, queridos jóvenes, que tenéis ahora la vida por delante. Os invito a decidir de forma definitiva la dirección de vuestro camino.

Con las mismas palabras de Cristo os pregunto: «¿Qué buscáis?» (Jn 1, 38). ¿Buscáis a Dios?

La tradición espiritual del cristianismo no sólo subraya la importancia de nuestra búsqueda de Dios. Resalta algo todavía más importante: es Dios quien nos busca. El nos sale al encuentro.

Nuestro camino de Compostela significa querer dar una respuesta a nuestras necesidades, a nuestros interrogantes, a nuestra «búsqueda» y también salir al encuentro de Dios que nos busca con un amor tan grande que difícilmente logramos entender.

1.4. Este encuentro con Dios se realiza en Jesucristo. En El, que ha dado la vida por nosotros, en su humanidad, experimentamos el amor que Dios nos tiene. «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

Y al igual que Jesús llamó a Santiago y a los otros Apóstoles también nos llama a cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros, aquí, en Santiago, tiene que entender y creer: «Dios me llama, Dios me envía». Desde la eternidad Dios ha pensado en nosotros y nos ha amado como personas únicas e irrepetibles. El nos llama y su llamada se realiza a través de la persona de Jesucristo que nos dice, como ha dicho a los Apóstoles: «Ven y sígueme». ¡El es el Camino que nos conduce al Padre!

Pero hay que reconocer que nosotros no tenemos ni la fuerza; ni la constancia, ni la pureza de corazón suficiente para seguir a Dios con toda nuestra vida y con todo nuestro corazón. Pidámosle a María, Ella que ha sido la primera en seguir el camino de su Hijo, que interceda por nosotros.

Jesús desea acompañarnos, como acompañó a los discípulos en el camino de Emaús. El nos indica la dirección del camino a seguir. El nos da la fuerza. Al volver a casa, al igual que los discípulos del relato evangélico, podremos decir que nuestro corazón ardía cuando nos hablaba en el camino y que le hemos reconocido al partir el pan (cf. Lc 24, 22.25). Será el momento de presentarnos a nuestros hermanos, sobre todo a los demás jóvenes, como testigos. ¡Sí! ¡Testigos del amor de Dios y de su esperanza de salvación!

¿Dónde está la verdad?

2.1. «Buscamos la verdad». Estas palabras de la última canción tienen que resonar en nuestros corazones. Es el sentido más profundo del camino de Santiago: buscar la verdad y proclamarla.

¿Dónde está la verdad? «¿Qué es la verdad?» (Jn 18, 38). Antes que vosotros y vosotras hubo un hombre que hizo esta misma pregunta a Jesús.

En la representación hemos visto tres de las respuestas que el mundo da a estas preguntas. La primera, es poner todo nuestro anhelo en la satisfacción plena e inmediata de los sentidos, una búsqueda continua de los placeres de la vida. Ante esto, los peregrinos han contestado: «nos hemos divertido, pero... continuamos vacíos».

Tampoco la segunda respuesta, la de los violentos que ponen todo su interés en el poder y en el dominio sobre los demás, ha sido válida para nuestros peregrinos del segundo cuadro. Esta respuesta no sólo conduce a la destrucción de la dignidad del otro ―hermano o hermana― sino también a la propia destrucción. Algunas experiencias de este siglo, y también de nuestros días, nos muestran claramente cómo acaban los que ponen su meta en el poder y el dominio.

La tercera respuesta, representada por los drogadictos, busca la liberación y autorrealización mediante la evasión de la realidad. Es la triste experiencia de tantas personas, entre las cuales se hallan muchos coetáneos vuestros que siguen este camino u otros similares, y que en lugar de llevarlos a la libertad, los hace esclavos hasta conducirlos a la autodestrucción.

2.2. Estoy seguro de que a vosotros, como a casi todos los jóvenes de hoy, os preocupa la contaminación del aire y de los mares, es decir, la problemática de la ecología. Os indigna el mal uso de los recursos de la tierra y creciente destrucción del medio ambiente. Y tenéis razón. Hay que actuar, de forma coordinada y responsable, para cambiar esta situación antes de que nuestro planeta sufra daños irreversibles.

Pero, queridos jóvenes, también hay una contaminación de las ideas y de las costumbres que puede conducir a la destrucción del hombre. Esta contaminación es el pecado, de donde nace la mentira.

La verdad y la mentira. Tenemos que reconocer que muchas veces la mentira se nos presenta como verdad. Por eso es necesario discernir para reconocer la verdad, la Palabra que viene de Dios, y rechazar las tentaciones que vienen del «padre de la mentira». Me refiero al pecado, que es la negación de Dios, el rechazo de la luz. Como dice el Evangelio de Juan: «la luz verdadera» estaba en el mundo «y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció» (Jn 1, 9-10).

La tragedia de Pilato

2.3. «En la raíz del pecado humano está la mentira como radical rechazo de la verdad contenida en el Verbo del Padre, mediante el cual se expresa la amorosa omnipotencia del Creador: la omnipotencia y a la vez el amor de Dios Padre, creador de cielo y tierra» (Dominum et Vivificantem n. 33).

«La verdad contenida en el Verbo del Padre». Esto es lo que queremos decir cuando reconocemos a Jesucristo como la Verdad. «¿Qué es la verdad?», le preguntaba Pilato. La tragedia de Pilato era que la Verdad estaba frente a él, en la persona de Jesucristo, y no era capaz de reconocerla.

Queridos jóvenes: esta tragedia no debe darse en nuestra vida. Cristo es el centro de la fe cristiana; una fe que la Iglesia proclama hoy, como ha hecho siempre, a todos los hombres y mujeres: Dios se hizo hombre. «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Los ojos de la fe ven en Jesucristo lo que el hombre puede ser y cómo Dios quiere que sea. Al mismo tiempo Jesús nos revela el amor del Padre.

2.4. Como he escrito en el Mensaje para esta Jornada Mundial de la Juventud, la verdad es la exigencia más profunda del espíritu humano. Sobre todo vosotros y vosotras debéis tener sed de la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre la vida y el mundo.

Pero la Verdad es Jesucristo. ¡Amad la Verdad! ¡Vivid en la Verdad! Llevad la Verdad al mundo. ¡Sed testigos de la Verdad! Jesús es la Verdad que salva; es la Verdad completa a la que nos guiará el Espíritu de la Verdad (cf. Jn 16, 13).

Queridos jóvenes: busquemos la verdad sobre Cristo, sobre su Iglesia. Pero seamos coherentes; amemos la verdad, vivamos en la verdad, proclamemos la verdad. ¡Oh Cristo, enséñanos la Verdad! ¡Sé Tú, para nosotros, la única Verdad!

¿En qué consiste la vida?

3.1. Por último, queridísimos jóvenes, Cristo es la Vida. Estoy seguro de que cada uno de vosotros ama la vida, no la muerte. Deseáis vivir la vida en plenitud, animados por la esperanza, que nace de un proyecto de amplias perspectivas.

Es justo que tengáis sed de vida, de vida plena. Sois jóvenes precisamente por esto. Pero, ¿en qué consiste la vida? ¿Cuál es el sentido de la vida y cuál es el modo mejor para actuarlo? Hace poco habéis cantado con entusiasmo: «Somos peregrinos de la vida, caminantes unidos para amar». ¿No está aquí la base para la respuesta que buscáis?

La fe cristiana establece un vínculo profundo entre amor y vida. En el Evangelio de Juan leemos: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). El amor de Dios nos lleva a la vida, y este amor y esta vida se hacen realidad en Jesucristo. El es el amor encarnado del Padre; en El «se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres» (Tt 3, 4).

Cristo, queridísimos jóvenes, es pues, el único interlocutor competente al que se pueden plantear las preguntas esenciales sobre el valor y sobre el sentido de la vida: no sólo de la vida sana y feliz, sino también de la vida cargada con el sufrimiento, cuando esté marcada por alguna invalidez física o por situaciones de malestar familiar y social. Sí, Cristo es el único interlocutor competente, también para las preguntas dramáticas, que se pueden formular más con gemidos que con palabras. ¡Preguntadle, escuchadle!

El sentido de la vida, os dirá El, está en el amor. Sólo quien sabe amar hasta olvidarse de sí mismo para darse al hermano realiza plenamente la propia vida y expresa en el grado máximo el valor de la propia existencia terrena. Es la paradoja evangélica de la vida que se rescata perdiéndose (cf. Jn 12, 25), una paradoja que halla su luz plena en el misterio de Cristo muerto y resucitado por nosotros.

3.2. Queridos jóvenes, en la dimensión de don se presenta la perspectiva madura de una vocación humana y cristiana. Esto es importante sobre todo para la vocación religiosa, en la que un hombre o una mujer, mediante la profesión de los consejos evangélicos, hace suyo el programa que Cristo mismo realizó sobre la tierra para el Reino de Dios. Ellos se comprometen a dar un testimonio particular del amor de Dios por encima de todo y, recuerdan a cada uno la llamada común a la unión con Dios en la eternidad.

El mundo actual necesita como nunca estos testimonios, porque muy a menudo está tan ocupado en las cosas de la tierra que olvida las del cielo.

Quiero recordar aquí de modo particular a las 400 jóvenes religiosas de vida contemplativa de España, que me han manifestado sus deseos de estar presentes en este encuentro. Sé ciertamente que están muy unidas a todos nosotros a través de la oración en el silencio del claustro. Hace siete años, muchas de ellas asistieron al encuentro que tuve con los jóvenes en el Estadio Santiago Bernabeu de Madrid. Después, respondiendo generosamente a la llamada de Cristo, le han seguido de por vida. Ahora se dedican a rezar por la Iglesia, pero sobre todo por vosotros y vosotras, jóvenes, para que sepáis responder también con generosidad a la llamada de Jesús.

Con profundo gozo me es grato presentaros también, como modelo de seguimiento a Cristo, la encomiable figura del Siervo de Dios Rafael Arnáiz Barón, oblato trapense fallecido a los 27 años de edad en la abadía de San Isidro de Dueñas (Palencia). De él se ha dicho justamente que vivió y murió «con un corazón alegre y con mucho amor a Dios». Fue un joven, como muchos de vosotros y de vosotras, que acogió la llamada de Cristo y le siguió con decisión.

3.3. Sin embargo, jóvenes que me escucháis, la llamada de Cristo no se dirige sólo a religiosas, religiosos y sacerdotes. El llama a todos; llama también a quien, sostenido por el amor, se encamina a la meta del matrimonio. Efectivamente, es Dios quien ha creado el ser humano, hombre y mujer, introduciendo así en la historia aquella singular «duplicidad», gracias a la cual el hombre y la mujer, aún en su sustancial igualdad de derechos, se caracterizan por aquella maravillosa complementariedad de sus atributos, que fecunda su recíproca atracción. En el amor que brota del encuentro de la masculinidad con la feminidad se encarna la llamada de Dios mismo, que ha creado al hombre «a su imagen y semejanza» precisamente como «hombre y mujer». Esta llamada Cristo la ha hecho propia, enriqueciéndola con nuevos valores en la Alianza definitiva establecida en la cruz. Pues bien, queridos jóvenes, en el amor de todo bautizado El pide que se pueda expresar su amor hacia la Iglesia, por la cual se sacrificó a Sí mismo a fin de «presentársela resplandeciente a sí mismo sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5, 27).

Queridísimos jóvenes: a cada uno de vosotros, como aquel coetáneo vuestro del que nos habla el Evangelio (cf. Mt 19, 16-22), Cristo re nueva su invitación: «Sígueme». Algunas veces esa palabra significa: «Te llamo a un amor total hacia mí»; pero muy frecuentemente con ella Jesús quiere decir: «Sígueme a mí que soy el Esposo de la Iglesia; aprende amar a tu esposa, a tu esposo, como yo he amado a la Iglesia». Hazte partícipe también tú de ese misterio, de ese sacramento del que se dice en la Carta a los Efesios que es «grande»: grande precisamente «respecto Cristo y la Iglesia» (Ef 5, 32).

Jóvenes que me escucháis: Cristo desea enseñaros la maravillosa riqueza del amor conyugal. Dejad que El hable a vuestro corazón. No huyáis de El. El tiene algo importante que deciros para el futuro de vuestro amor. Sobre todo con la gracia del sacramento, El tiene algo decisivo que daros para que vuestro amor tenga en sí la fuerza necesaria para superar las pruebas de la existencia.

Muchas voces a nuestro alrededor hablan hoy un lenguaje distinto al de Cristo, proponiendo modelos de comportamiento que, en nombre de una «modernidad» libre de «complejos» o de «tabúes» ―como se suele decir― reducen el amor a experiencia pasajera de gratificación personal o incluso de mero goce sexual. A quien sabe mirar con ojo libre de prejuicios este género de relaciones, no es difícil descubrir detrás de oropel de las palabras la realidad engañosa de una actitud egoísta, que mira principalmente a su propio interés. El otro ya no es reconocido en su dignidad de sujeto, sin que es rebajado al rango de objeto del que se dispone según criterios inspirados no en los valores sino en el interés.

El mismo hijo, que debería ser el fruto vivo del amor de los padres que en él se encarna y en cierto modo se transciende y perpetúa, acabe por sentirse como una cosa, que se tiene derecho de querer o de rechazas según el propio estado de ánimo subjetivo.

¿Cómo no reconocer en todo esto la polilla de una mentalidad consumista que lentamente ha vaciado el amor de aquel contenido trascendente en que se manifiesta una chispa del fuego que arde en el corazón mismo de la Trinidad santísima? Es preciso hacer que el amor vuelva a esta su fuente eterna, si se quiere que siga generando satisfacción verdadera, gozo y vida.

A vosotros, jóvenes, os corresponde la tarea de haceros en medio del mundo testigos de la verdad acerca del amor. Es una verdad exigente, que con frecuencia contrasta con las opiniones y con los «slogans» corrientes. Pero ¡es la única verdad digna de seres humanos, llamados a formar parte de la familia de Dios!

¿Qué quiere Jesús de mí?

4.1. Vosotros y vosotras habéis venido a este Monte del Gozo, llenos de ilusión y de confianza, dejando a un lado las insidias del mundo, para encontrar verdaderamente a Jesús, «el Camino, la Verdad y la Vida», el cual os invita a todos a seguirlo con amor. Es una llamada universal, que no tiene en cuenta el color de la piel, la condición social o la edad. En esta noche, tan emotiva por su significado religioso, fraternidad y alegría juvenil, Cristo Amigo está en medio de la asamblea para preguntares personalmente si queréis seguir decididamente el camino que El os muestra, si estáis dispuestos a aceptar su Verdad, su Mensaje de salvación, si deseáis vivir plenamente el ideal cristiano.

Es una decisión que debéis tomar sin miedo. Dios os ayudará, os dará su luz y su fuerza, para que sepáis responder con generosidad a su llamada. Llamada a una vida cristiana total.

¡Responded a la llamada de Jesucristo y seguidle!

4.2. Pero, más de uno de vosotros y vosotras se estará preguntando: ¿Qué quiere Jesús de mí? ¿A qué me llama? ¿Cuál es el sentido de su llamada para mí?

Para la gran mayoría de vosotros el amor humano se presenta como una forma de autorrealización en la formación de una familia. Por eso, en el nombre de Cristo deseo preguntaron:

¿Estáis dispuestos a seguir la llamada de Cristo a través del sacramento del matrimonio, para ser procreadores de nuevas vidas, formadores de nuevos peregrinos hacia la ciudad celeste?

En la historia de la salvación, el matrimonio cristiano es un misterio de fe. La familia es un misterio de amor, al colaborar directamente en la obra creadora de Dios. Amadísimos jóvenes, un gran sector de la sociedad no acepta las enseñanzas de Cristo y, en consecuencia, toma otros derroteros: el hedonismo, el divorcio, el aborto, el control de la natalidad y los medios de contracepción. Estas formas de entender la vida están en claro contraste con la Ley de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Seguir fielmente a Cristo quiere decir poner en práctica el mensaje evangélico, que implica también la castidad, la defensa de la vida, así como la indisolubilidad del vínculo matrimonial, que no es un mero contrato que se pueda romper arbitrariamente.

Viviendo en el «permisivismo» del mundo moderno, que niega o minimiza la autenticidad de los principios cristianos, es fácil y atrayente respirar esta mentalidad contaminada y sucumbir al deseo pasajero. Pero tened en cuenta que los que actúan de este modo no siguen ni aman a Cristo. Amar significa caminar juntos en la misma dirección hacia Dios, que es el origen del Amor. En esta dimensión cristiana, el amor es más fuerte que la muerte, porque nos prepara a acoger la vida, a protegerla y defenderla desde el seno materno hasta la muerte. Por eso os pregunto nuevamente:

¿Estáis dispuestos y dispuestas a salvaguardar la vida humana con el máximo cuidado en todos los instantes, aún en los más difíciles? ¿Estáis dispuestos, como jóvenes cristianos, a vivir y defender el amor a través del matrimonio indisoluble, a proteger la estabilidad de la familia que favorece la educación equilibrada de los hijos, al amparo del amor paterno y materno que se complementan mutuamente?

Este es el testimonio cristiano que se espera de la mayoría de vosotros y vosotras, jóvenes. Ser cristiano significa dar testimonio de la verdad cristiana; y hoy, particularmente, es poner en práctica el sentido auténtico que Cristo y la Iglesia dan a la vida y a la plena realización del joven y de la joven a través del matrimonio y de la familia.

4.3. Si, mis queridos jóvenes, Cristo os llama no sólo a caminar con El en esta peregrinación de la vida. El os envía en su lugar para ser mensajeros de la verdad, para ser sus testigos en el mundo, concretamente, ante los demás jóvenes como vosotros, porque muchos de ellos hoy, en el mundo entero, están buscando el camino, la verdad y la vida, pero no saben a dónde ir.

«Ha llegado la hora de emprender una nueva evangelización» (Christifideles laici n. 34), y vosotros no podéis faltar a esta llamada urgente. En este lugar dedicado a Santiago, el primero de los Apóstoles que dio testimonio de la fe con el martirio, comprometámonos a acoger el mandato de Cristo: «seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).

¿Qué significa dar testimonio de Cristo? Significa sencillamente vivir según el Evangelio: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente... Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37.39).

El cristiano está llamado a servir a los hermanos y a la sociedad, a promover y sostener la dignidad de cada ser humano, a respetar, defender y favorecer los derechos de la persona, a ser constructor de una paz duradera y auténtica, basada en la fraternidad, la libertad, la justicia y la verdad.

A pesar de las sorprendentes posibilidades ofrecidas a la humanidad por la tecnología moderna, existe todavía tanta pobreza y miseria en la sociedad. En muchas partes del mundo las personas viven amenazadas por la violencia, el terrorismo e incluso la guerra. Nuestro pensamiento se dirige una vez más al Líbano y a otros países del Medio Oriente, así como a todos los pueblos y regiones donde hay guerra y violencia.

Es urgente la necesidad de contar con enviados de Cristo, mensajeros cristianos. Vosotros y vosotras, queridos jóvenes, sois estos enviados y mensajeros para el futuro.

4.4. La llamada de Cristo lleva por un camino que no es fácil de recorrer, porque puede llevar incluso a la cruz. Pero no hay otro camino que lleve a la verdad y dé la vida. Sin embargo, no estamos solos en este camino. María con su FIAT abrió un camino nuevo a la humanidad. Ella, por su aceptación y entrega total a la misión de su Hijo, es prototipo de toda vocación cristiana. Ella caminará con nosotros, será nuestra compañera de viaje, y con su ayuda podremos seguir la vocación que Cristo nos ofrece.

Queridos jóvenes, pongámonos en camino con María; comprometámonos a seguir a Cristo, Camino, Verdad y Vida. Así seremos ardientes mensajeros de la nueva evangelización y generosos constructores de la civilización del amor."

Homilia del Papa San Juan Pablo II en la Santa Misa para la IV Jornada Mundial de la Juventud
Monte del Gozo, Domingo 20 de agosto de 1989 - also in English & Italian

"1. «Vendrán pueblos y habitantes de grandes ciudades, y los de una ciudad irán a otra, diciendo: Vayamos a implorar al Señor, a consultar al Señor de los ejércitos» (Za 8, 20-21).

¡Saludo cordialmente a todos los presentes!

¡Habitantes de numerosas ciudades! ¡Representantes de muchos pueblos y naciones! Llegados aquí no sólo de Galicia, de España entera, de toda Europa, desde el Atlántico hasta los Urales, sino también de América del Norte y de América Latina, del Oriente Medio, de África, de Asia y de Oceanía.

Asimismo me es grato saladar a los jóvenes que han venido de tantas comunidades parroquiales y diocesanas, movimientos y grupos de la Iglesia de Dios.

Saludo a los jóvenes presentes en esta celebración eucarística y a todos vuestros coetáneos, dondequiera que se encuentren.

Os he invitado a esta peregrinación con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud del Año del Señor 1989. Os agradezco vivamente vuestra presencia.

2. Este lagar está unido a la memoria del Apóstol de Jesucristo. Uno de los dos hermanos Zebedeos: Santiago, hermano de Juan. Por el Evangelio conocemos el nombre de su padre y conocemos también a su madre. Sabemos que ella intervino ante Jesús en favor de sus hijos: «que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» (Mt 20, 21).

La madre se preocupó por asegurar el futuro de sus hijos. Observaba todo lo que Jesús hacía: había visto el poder divino que acompañaba a su misión. Creía ciertamente que El era el Mesías anunciado por los profetas. El Mesías que iba a restablecer el reino de Israel (cf. Hch 1, 6).

No hay que maravillarse de la actitud de esta madre. No hay que maravillarse de una hija de Israel que amaba a su pueblo. Y amaba a sus hijos. Deseaba para ellos lo que consideraba un bien.

3. He aquí a Santiago, hijo de Zebedeo, pescador como su padre y su hermano; hijo de una madre decidida.

Santiago siguió a Jesús de Nazaret cuando el Maestro, respondiendo a la pregunta de su madre, les dijo: «¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?» (Mt 20, 22). Santiago y su hermano Juan responden sin dudar: «Lo somos» (ib.).

Esta no es una respuesta calculada, sino llena de confianza.

Santiago no sabía aún, y en todo caso no lo sabía totalmente, qué significaba este «cáliz». Cristo hablaba del cáliz que El mismo había de beber: el cáliz que había recibido del Padre.

Llegó el momento en que Cristo llevó a cabo lo que había anunciado antes: bebió hasta la última gota el cáliz que el Padre le habla dado.

Verdaderamente, en el Gólgota Santiago no estaba con su Maestro. Tampoco estaban Pedro ni los demás Apóstoles. Junto a la Madre de Cristo permaneció únicamente Juan; solamente él.

Sin embargo, más tarde todos comprendieron ― y Santiago comprendió ― la verdad sobre el «cáliz». Comprendió que Cristo había de beberlo hasta la última gota. Comprendió que era necesario que sufriera todo eso; que sufriera la muerte de cruz...

Cristo, en efecto, el Hijo de Dios, «no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28).

¡Cristo es el servidor de la Redención humana!

Por esto: «el que quiera ser grande de entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mt 20, 26).

4. A través de los siglos gente de muchas ciudades y de muchas naciones ha venido en peregrinación hasta aquí; hasta el Apóstol al que Cristo había dicho: «mi cáliz lo beberás».

Han peregrinado los jóvenes para aprender junto a la tumba del Apóstol aquella verdad evangélica: «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor».

En estas palabras se encuentra el criterio esencial de la grandeza del hombre. Este criterio es nuevo Así fue en tiempos de Cristo y lo sigue siendo después de dos mil años.

Este criterio es nuevo. Supone una transformación, una renovación de los criterios con que se guía el mundo. «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros» (Mt 20, 25-26).

El criterio con el que se guía el mundo es el criterio del éxito. Tener el poder... Tener el poder económico para hacer ver la dependencia de los demás. Tener el poder cultural para manipular las conciencias. ¡Usar... y abusar!

Tal es el «espíritu de este mundo».

¿Quiere esto decir acaso que el poder en sí mismo es malo? ¿Quiere esto decir que la economía ― la iniciativa económica ― es en sí misma mala?

¡No! De ninguna manera. Una y otra cosa pueden ser también un modo de servir. Este es el espíritu de Cristo, la verdad del Evangelio. Esta verdad y este espíritu están expresados en la Catedral de Santiago de Compostela por el Apóstol, que ―según el deseo de su madre― debía ser el primero, pero ―siguiendo a Cristo― se convirtió en servidor.

5. ¿Por qué estáis aquí vosotros jóvenes de los años noventa y del siglo veinte? ¿No sentís acaso también dentro de vosotros «el espíritu de este mundo», en la medida en que esta época, rica en medios del uso y del abuso, lucha contra el espíritu del Evangelio?

¿No venís aquí tal vez para convenceros definitivamente de que «ser grandes» quiere decir «servir»? Pero. . . ¿estáis dispuestos a beber aquel cáliz? ¿Estáis dispuestos a dejaros penetrar por el cuerpo y sangre de Cristo, para morir al hombre viejo que hay en nosotros y resucitar con El? ¿Sentís la fuerza del Señor para haceros cargo de vuestros sacrificios, sufrimientos y «cruces» que pesan sobre los jóvenes desorientados acerca del sentido de la vida, manipulados por el poder, desocupados, hambrientos, sumergidos en la droga y la violencia, esclavos del erotismo que se propaga por doquier...? Sabed que el yugo de Cristo es suave... Y que sólo en El tendremos el ciento por uno, aquí y ahora, y después la vida eterna.

6. ¿Por qué estáis aquí vosotros, jóvenes de los años noventa y del siglo veinte? ¿No sentís también dentro de vosotros «el espíritu de este mundo»? ¿No venís tal vez ―vuelvo a decirlo― para convenceros definitivamente de que «ser grandes» quiere decir «servir»? Este «servicio» no es ciertamente un mero sentimiento humanitario. Ni la comunidad de los discípulos de Cristo es una agencia de voluntariado y de ayuda social. Un servicio de esta índole quedaría reducido al horizonte de «espíritu de este mundo». ¡No! Se trata de mucho más. La radicalidad, la calidad y el destino del «servicio», al que todos somos llamados, se encuadra en el misterio de la Redención del hombre. Porque hemos sido criados, hemos sido llamados, hemos sido destinados, ante todo y sobre todo, a servir a Dios, a imagen y semejanza de Cristo que, como Señor de todo lo creado, centro del cosmos y de la historia, manifestó su realeza mediante la obediencia hasta la muerte, habiendo sido glorificado en la Resurrección (cf. Lumen gentium n. 36). El reino de Dios se realiza a través de este «servicio», que es plenitud y medida de todo servicio humano. No actúa con el criterio de los hombres mediante el poder, la fuerza y el dinero. Nos pide a cada uno de nosotros la total disponibilidad de seguir a Cristo, el cual «no vino a ser servido sino a servir».

Os invito, queridos amigos, a descubrir vuestra vocación real para colaborar en la difusión de este Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz. Si de veras deseáis servir a vuestros hermanos, dejad que Cristo reine en vuestros corazones, que os ayude a discernir y crecer en el dominio de vosotros mismos, que os fortalezca en las virtudes, que os llene sobre todo de su caridad, que os lleve por el camino que conduce a la «condición del hombre perfecto» ¡No tengáis miedo a ser santos! Esta es la libertad con la que Cristo nos ha liberado (cf. Gál 5, 1). No como la prometen con ilusión y engaño los poderes de este mundo: una autonomía total, una ruptura de toda pertenencia en cuanto criaturas e hijos, una afirmación de autosuficiencia, que nos deja indefensos ante nuestros limites y debilidades, solos en la cárcel de nuestro egoísmo, esclavos del «espíritu de este mundo», condenados a la «servidumbre de la corrupción» (Rm 8, 21).

Por esto, pido al Señor que os ayude a crecer en esta «libertad real» como criterio básico e iluminador de juicio y de elección en la vida. Esa misma libertad orientará vuestro comportamiento moral en la verdad y en la caridad. Os ayudará a descubrir el amor auténtico, no deteriorado por un permisivismo alienante y deletéreo. Os hará personas abiertas a una eventual llamada a la donación total en el sacerdocio o en la vida consagrada. Os hará crecer en humanidad mediante el estudio y el trabajo. Animará vuestras obras de solidaridad y vuestro servicio a los necesitados en el cuerpo y en el alma. Os convertirá en «señores» para servir mejor y no ser «esclavos», víctimas y seguidores de los modelos dominantes en las actitudes y formas de comportamiento.

7. Servir: ser hombre para los demás.

Esta es también la verdad que el Apóstol Pablo enseña de modo muy elocuente en la segunda lectura de la liturgia de este día.

«No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno» (Rm 12, 3).

Y el Apóstol añade: «los dones que poseemos son diferentes» (Rm 12, 6).

¡Sí! Es necesario conocer bien qué dones te ha concedido Dios en Cristo. Es menester conocer bien el don recibido, para saber darlo a los demás. Para contribuir al bien común.

Sí. Es necesario conocer bien qué dones te ha concedido Dios en Cristo. Es necesario conocer bien el don recibido en la propia experiencia de vida familiar y parroquial, en la participación asociativa, en el florecimiento carismático de los movimientos, para saber darlo a los demás. Para enriquecer así la comunión y el impulso misionero de la Iglesia. Para ser testigos de Cristo en el barrio y en la escuela, en la universidad y en la fábrica, en los lugares de trabajo y de diversión... Para contribuir al bien común, como servidores de experiencias de crecimiento en humanidad; experiencias de dignidad y solidaridad, en las que los jóvenes sean auténticos protagonistas de formas de vida más humanas.

8. Así enseña el Apóstol. Y lo que dice no es una mera enseñanza, sino una ferviente llamada.

«Que vuestra caridad no sea una farsa; aborreced lo malo y apegaos a lo bueno; como buenos hermanos, sed cariñosos unos con los otros, estimando a los demás más que a uno mismo. En la actividad, no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes. Servid constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres: estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración, contribuid en las necesidades del Pueblo de Dios; practicad la hospitalidad» (Rm 12, 9-13).

¿No lo dice él tal vez particularmente a vosotros. a los jóvenes?

¿Vuestro ser jóvenes no es sensible precisamente a este programa de vida y de comportamiento, a este mundo de los valores?

¿No se abre hacia este mundo? Y si, por casualidad, siente las resistencias que vienen de dentro, o bien de fuera, ¿no está vuestro ser jóvenes dispuesto a luchar precisamente por semejante «forma» de vida?

Esta forma ha sido dada a la vida humana por Cristo. El sabe lo que hay dentro del hombre (cf. Jn 2, 25).

«Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (Gaudium et spes, n. 22).

¡Queridos jóvenes, dejaos prender por el! Sólo Cristo es el camino, la verdad y la vida como, en la admirable síntesis evangélica, proclama el lema de nuestra Jornada Mundial.

El Monte del Gozo, donde se juntaban los peregrinos, nos hace recordar una de las características más hermosas de Santiago y de su Camino: la universalidad.

Os invito a que os sigáis manteniendo, como siempre lo hicisteis, en los vínculos de la catolicidad.

9. Habéis venido en peregrinación hasta aquí, a la tumba del Apóstol, el cual puede confirmar de primera mano, por decirlo así, la verdad sobre la vocación del hombre, cuyo punto de referencia es Cristo. Venís para encontrar vuestra propia vocación.

Os acercáis al altar para ofrecer, con el pan y el vino, vuestra juventud, la búsqueda de la verdad, así como lo bueno y lo bello que hay en vosotros.

Toda esta inquietud creativa.

Todos los sufrimientos de vuestros corazones jóvenes.

10. Estando en medio de vosotros, quiero decir con el Salmista: He aquí que «la tierra ha dado su cosecha» (Sal 66/67, 7), el fruto más precioso: el hombre, la juventud humana.

Resplandezca ante vosotros el rostro de Dios, que se refleja en el rostro humano de Cristo, Redentor del hombre.

«Alégrense y exulten las gentes» (Sal 67/66, 5).

Que vuestros coetáneos, al contemplar vuestra peregrinación, puedan exclamar:

«Queremos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros» (Za 8, 23).

Esto os desea el Papa, el Obispo de Roma, que ha participado con vosotros en esta peregrinación a Santiago de Compostela."

Palabras del Papa San Juan Pablo II en el Ángelus al final de JMJ
Santiago de Compostela, Domingo 20 de agosto de 1989 - also in English & Italian

""Respice stellam, voca Mariam!"
¡Mira la estrella, invoca a María!

Como epílogo de esta IV Jornada Mundial de la Juventud, vamos a recitar ahora la hermosa plegaria mariana del Ángelus. Con ella encomendamos a la Madre celestial las intenciones y los propósitos que han acompañado nuestra peregrinación a esta hospitalaria ciudad de Santiago de Compostela.

1. Amadísimos jóvenes: Habéis venido, en gran número, de tantas naciones y pueblos. Muchos de vosotros, con enorme sacrificio. Deseo agradeceros de corazón este gesto. Pero este obligado agradecimiento quiero extenderlo también a vuestros seres queridos, que os han permitido emprender la ruta jacobea y el camino a Santiago, así como a los organizadores de las diversas manifestaciones y actividades. ¡Gracias, muchas gracias a todos!

2. Os invito ahora a dirigir vuestro corazón y vuestra mirada a la Bienaventurada Virgen María, guía y faro resplandeciente en el mar de la vida. Dentro de unos instantes, vamos a invocarla todos juntos, con serena confianza, para que confirme nuestros deseos, cuando está a punto de concluirse este importante encuentro, junto a la memoria del Apóstol Santiago. Esta peregrinación debe reforzar en nuestro interior, con la ayuda maternal de la "Estrella de la mañana", la "nueva mañana" que la humanidad anhela incesantemente, la firme convicción de que Jesucristo es "el Camino, la Verdad y la Vida". Sólo Él da sentido pleno a la historia humana.

María, la creyente por antonomasia, es "tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo" (Lumen gentium, 63). De ahí que la figura singular de la Virgen sea ejemplo para todos los fieles, de modo especial para vosotros, queridos jóvenes. Nuestra Señora es propuesta por la Iglesia como modelo de vida; una vida en función de la voluntad de Dios. Su peregrinación por el camino de la existencia terrena fue un "sí" decidido, total y responsable a las indicaciones del Señor. Recordemos Nazaret, Belén, la huida a Egipto, Caná de Galilea, el Gólgota, Pentecostés en el Cenáculo de Jerusalén. Son etapas de una peregrinación llevada a cabo con profunda fe. ¡Dichosa eres tú, María, porque has creído..., por eso todas las generaciones te llamarán bienaventurada! (cf. Lc 1, 45. 48).

Vosotros y vosotras os habéis decidido a seguir a Jesús, el Hijo de Dios. ¡Cuántas veces la Madre nos ha llevado amorosamente a su Hijo! ¡Por María a Jesús! La Virgen, desde el cielo, os mira con cariño y os protege en los avatares de la vida. ¡Madre de la humanidad redimida, ejemplo de amor, de abnegación y de servicio, haz que estos hijos tuyos que te aclaman como Madre, después de la peregrinación terrena, sean dignos de estar contigo en el Reino de la Vida!

Es cada vez más necesario que incluso en los lugares más apartados de la tierra se den testigos, testigos jóvenes, del Evangelio, sin miedo o temor a las situaciones y a las circunstancias adversas, que sepan vivir coherentemente las exigencias de la fe, con la mirada fija en la santificación personal y en el ejercicio de la caridad fraterna.

Que esta Jornada os estimule a colaborar decididamente en el designio salvífico de Dios, en un mundo religiosamente secularizado y socialmente fragmentado, para que la Buena Nueva de salvación llegue a todos los hombres. ¡Proclamad con decisión la Verdad única de Cristo!

3. "Respice stellam, voca Mariam!".
¡Mira la estrella, invoca a María!

Que la Virgen sea ahora y siempre vuestra estrella y protección. Amadla como Madre que es. ¡Madre de Cristo y Madre nuestra! Y que el Señor Santiago haga de vosotros y de vosotras testigos fieles y decididos; testigos de perdón, de paz y de misericordia; testigos que prefieren construir sobre el cimiento sólido del amor y de la bondad; testigos que aguardan con paciente y, a veces, doliente confianza la venida del Señor.

¡Madre de todos los hombres enséñanos a decir AMEN!"

Homilía del Papa Juan Pablo II para los Fieles de Asturias
Aeroclub de Llanera, Principado de Asturias, Domingo 20 de agosto de 1989 - also in Italian

"1. “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad...”.

La Iglesia repite cada día estas palabras en la celebración de la Santísima Eucaristía, en la ofrenda del pan.

Amadísimos hermanos y hermanas aquí presentes:
Deseo meditar con vosotros esta bendición litúrgica. La verdad sobre la santificación del trabajo humano halla en esta bendición su expresión más sencilla y, a la vez, mas plena.

Sí, “el trabajo del hombre” forma parte del Sacrificio de Cristo. Encuentra su lugar allí donde está la “fuente de vida y de santidad”.

En esta Santa Misa que estoy celebrando en medio de vosotros, que sois Iglesia viva, santuario de Dios, no podía faltar mi saludo fraterno y afectuoso, que va dirigido cordialmente a todos y cada uno de los asturianos. Asimismo, correspondo a la visita que me hicisteis en Roma un grupo numeroso de fieles, acompañados por vuestros Obispos y Autoridades del Principado, con motivo de la canonización de vuestro primer santo, San Melchor de Quirós, lo cual ha constituido un momento de legítimo gozo para esta Comunidad eclesial de Oviedo.

Como Sucesor de Pedro, llego con la esperanza de ejercer entre vosotros la misión que Cristo me ha confiado de confirmar en la fe a los hermanos. Vengo deseoso de alentar vuestras tareas evangelizadoras y animar vuestra copiosa y fecunda labor misionera que ha impulsado a tantos hermanos y hermanas vuestros a proclamar la Buena Nueva de la salvación en otros continentes, particularmente en África y América. Deseo citar, a modo de ejemplo, la cooperación generosa que dais a otras Iglesias hermanas necesitadas en Burundi, Guatemala, y desde hace poco tiempo en Benín. Todo esto habla en favor de la catolicidad de la Iglesia de Dios en Oviedo.

Me es grato saludar asimismo a los Pastores y fieles de las diócesis de Astorga, León y Santander, que forman parte de esta provincia eclesiástica, así como a cuantos siguen esta liturgia a través de la radio o la televisión.

2. ¡Señor, Dios del universo! Ante todo queremos meditar el misterio de la creación, o sea, la verdad sobre tu paternal generosidad. Pues la creación es el don primero y fundamental. Todo cuanto existe, existe gracias a Ti que, por ser Único, “eres la Existencia”. Gracias a Ti, cuyo nombre (como sabemos por el libro del Éxodo y el testimonio de Moisés) es: “El que es”.

Por tanto, sólo Tú, “El que es”, eres principio y fin.

En Ti “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).

La creación del hombre es una dádiva singular, ya que el ser humano – el hombre y la mujer – ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, su Creador.

“Y los bendijo Dios y les dijo:
Creced, multiplicaos,
llenad la tierra y sometedla...
Y vio Dios todo lo que había hecho:
y era muy bueno”.

3. Así pues, el comienzo del trabajo humano está dentro del misterio de la creación, aquel admirable “trabajo” del mismo Creador.

La narración del Libro del Génesis nos hace ver a Dios creador que, a semejanza del hombre, trabaja durante seis días para descansar el séptimo.

El trabajo humano conlleva dos elementos. El primero es el talento; el segundo, la fatiga. El talento es lo que cada hombre recibe del Creador por medio de sus padres; y también directamente, por medio de los demás, del medio ambiente, de los educadores y los maestros.

La parábola de los talentos, que acabamos de leer, nos está indicando que el talento debe ser bien utilizado; no puede ser desperdiciado (“escondido en tierra”). Para utilizar los talentos el hombre debe afrontar la fatiga del trabajo.

Esta “fatiga” no es otra cosa que el esfuerzo de la inteligencia y de la voluntad de cada hombre para dominar el don que le es ofrecido gratuitamente por el Creador y el patrimonio transmitido por la cultura a la que pertenece.

De este modo desarrolla los “talentos” recibidos merced a su laboriosidad; los hace crecer; hace que correspondan cada vez más a las necesidades presentes y futuras. La historia del trabajo es, bajo esta perspectiva, el desarrollo creador de esta “fatiga” humana ante la conciencia continuamente renovada de las necesidades, incolmables por su naturaleza; así como el desarrollo de las posibilidades que surgen del patrimonio de los “talentos”, o sea, las cosas y los conocimientos acumulados en el pasado.

Por lo tanto, el trabajo nunca es la aplicación de una fuerza anónima, sino una expresión dinámica de la cultura. Aquí se inserta el sentido primordial y subjetivo de esta “fatiga” para dominar la tierra: es un acto de una persona “imagen de Dios”, es decir, un sujeto “capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo” (Laborem Exercens, n. 6). El trabajo no debe limitarse a la producción eficiente de las cosas en el ámbito de la máquina social, sino que debe ser, sobre todo, humanización de la naturaleza y crecimiento del hombre en su humanidad, elemento decisivo de la prueba de la verdad sobre el hombre.

Esta base ética del trabajo – verificable según tenga en cuenta la dignidad de las personas que trabajan y sus relaciones de libertad y solidaridad – juzga toda pretensión de no dar responsabilidad al hombre reducido a simple engranaje de una máquina que se mueve según presuntas leyes inexorables de las cosas. Toda la sabiduría encerrada en la admirable máxima “ora et labora” –reza y trabaja– se basa en la correlación entre “talentos” y “fatiga”, entre iniciativa soberana de Dios y colaboración libre del hombre. Se enriquecen mutuamente la contemplación del don y la laboriosidad responsable. ¡Que el trabajo sea una experiencia de síntesis entre la belleza, la verdad y el bien para una vida cada vez más humana!

4. Esto mismo lo indica también el Salmo de la liturgia de hoy. Mientras la parábola del Evangelio de Mateo habla de la necesidad de la fatiga, para que el trabajo humano pueda dar los frutos adecuados, el Salmo indica la ayuda y la cooperación de Dios mismo, sin las cuales el trabajo puede llegar a ser inútil.

“Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 127 [126], 1).

Todos sabemos bien que una casa no se construye sin el trabajo humano. Sin embargo el Salmista indica, al mismo tiempo, un aspecto fundamental para toda la “espiritualidad” del trabajo humano.

En efecto, mediante el trabajo el hombre construye constantemente sobre lo que ya ha sido creado. La obra del Creador está siempre al principio.

5. Son ciertamente extraordinarios y admirables los progresos científicos y tecnológicos que han disminuido la “fatiga” de los hombres, perfeccionando su trabajo y multiplicando los bienes disponibles para satisfacer sus necesidades. ¿Cómo no ver en ello el cumplimiento, por parte del hombre, del mandato de Dios de someter y dominar la tierra? Y, no obstante, la referencia a Dios como creador y principio ha sido ofuscada en el hombre de nuestra civilización urbano-industrial. Las grandes “conquistas” cegaron a los hombres, sometidos a la tentación del Génesis. La ruptura de su pertenencia como creatura corresponde al desatarse de su voluntad de poder.

De ahí la radical ambivalencia del progreso obtenido, donde el dominio cada vez mayor sobre las cosas va acompañado por la desorientación sobre el sentido de la vida del hombre, donde el gran desarrollo técnico del trabajo no consigue realizar los principios esenciales de dignidad y solidaridad, provocando consecuentemente una mayor masificación, desinterés y explotación; donde el hombre pasa de ser dominador de la naturaleza a ser su destructor. El mandatario libre y responsable en la obra de la creación quiere ser ahora el “dueño”. Se reconoce autosuficiente; no cree tener necesidad de la “hipótesis Dios”. Separa el “ora” y el “labora”. Se abandona a su voluntad de poder. Y termina así por toparse con el hecho de que toda sociedad que se construye sin Dios se vuelve posteriormente contra el mismo hombre, constructor de “torres de Babel”. ¿No está a la vista de todos el fracaso de las sociedades del materialismo ateo con su organización colectivista-burocrática del trabajo humano? Pero no tiene ciertamente menores problemas la sociedad neocapitalista, preocupada a menudo por los beneficios, lo cual puede alterar el justo equilibrio del mundo laboral; sociedad afectada también por una creciente cultura materialista.

6. La tarea de los cristianos hoy, para el bien de todos los hombres, es pues testimoniar con las obras de su trabajo una auténtica humanización de la naturaleza, dejando en ella una huella de justicia y belleza, manifestando el verdadero sentido humano del trabajo y rindiendo de este modo obediencia y gloria al Creador. Ante todo, se trata de reconstruir en el mundo del trabajo y de la economía un sujeto nuevo, portador de una nueva cultura del trabajo. No es suficiente que cada uno ejerza bien el papel de empresario, sindicalista o político, consumidor o economista, que le ha sido asignado por la estructura social; es preciso realizar hechos nuevos, intentar obras nuevas, nuevas iniciativas, nuevas formas de solidaridad y organización del trabajo basadas en esta cultura.

El impulso para emprender tales obras puede derivar sólo del sentido de “gratuidad” que nace, antes que cualquier cálculo de conveniencia, de la conciencia de pertenecer a un destino común de liberación inscrito en la economía de la creación y de la redención. Precisamente por esto, las obras del trabajo del hombre serán juzgadas sobre todo por las mismas palabras del evangelio de hoy: “Muy bien... empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu Señor” (Mt 25,21.23).

7. Dado que el trabajo tiene esta dimensión definitiva, es menester, por consiguiente, practicar lo que dice San Pablo en la Carta a los Colosenses: “Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor... en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3, 23. 17).

Y por último:

“Por encima de todo, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada” (ib. 3, 14). Porque la medida fundamental y definitiva del valor del trabajo humano es la caridad.

Trabajad “con amor”, no solamente con las manos y la mente, sino unidos a Cristo.

8. “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad”.

“Sabiendo que recibiréis del Señor en recompensa la herencia” (Col 3, 24). Con esta herencia se mide, definitivamente, el valor, el valor intransferible y eterno de todo trabajo humano.

La caridad es la clave de esta herencia.

La Oración a la Virgen de Covadonga
por el Papa San Juan Pablo II
Lunes 21 de agosto de 1989 - also in Italian 

"1. ¡Dios te salve, Reina y Madre de misericordia!

He subido a la montaña, he venido hasta tu Cueva,
Virgen María, para venerar tu imagen,
“Santina de Covadonga”.
Con tus hijos de Asturias y de España entera
quiero hoy proclamar tus glorias y unirme a tu canto:
¡Tú eres la Sierva del Señor, nuestra Madre y Reina!
Como peregrino que ansía afianzar su esperanza, vengo a este
santuario, testigo de tanta fe y amor en la historia,
hogar seguro, bajo tu cobijo, entre los montes,
donde pusiste tu Casa y sin cesar dispensas los dones de tu Hijo.

2. Junto con los Pastores y fieles de esta Iglesia de Asturias,
a Ti, que eres dulzura y esperanza de cuantos te imploran,
te pido el don de la esperanza que ilumina el futuro,
el gozo perenne de la fe, el ardor radiante de la caridad.
Ayúdanos a vivir en comunión sincera,
sabiéndonos Iglesia de Dios, hermanos de Cristo e hijos tuyos,
para dar testimonio de unidad y reavivar en nuestro pueblo la fe.
Te pido, Señora, desde este corazón de Asturias que es tu Cueva,
por todos los que invocan tu nombre en tantos otros templos,
que esparcidos en la geografía del Principado,
son faros de fe, santuarios donde brota el fervor de la esperanza,
morada tuya donde tus hijos se reúnen en torno al altar.

3. Quiero presentarte y poner ante tu pies, Virgen de Covadonga,
a todos tus hijos de Asturias, las gentes del campo
y los hombres del mar,
los mineros con su duro e inclemente trabajo,
los niños y los ancianos,
los enfermos y todos los que sufren en el cuerpo y en el alma,
las familias, y sobre todo, los jóvenes, promesa del futuro,
que buscan la razón y el sentido de su vivir.
Alcanza para todos de Dios, “rico en misericordia”,
con tu poderosa mediación maternal,
la gracia del perdón y de la reconciliación
que Cristo tu Hijo nos ha merecido
para vivir en paz con Dios y con los hermanos.

4. Protege, Virgen Santa de Covadonga,
a cuantos vienen hasta tu templo santo
para unirse en matrimonio bajo tu mirada maternal.
Haz que experimenten como los esposos de Caná,
la gracia de tu intercesión y la presencia salvadora de tu Hijo,
para que la fe cristiana sea fundamento inquebrantable de su hogar
y el amor verdadero fortalezca su unión y se abra fecundo a la vida. Mira, Madre de Asturias, a todos los emigrantes de esta tierra
que desde lejos vuelven sus ojos hasta este santuario,
en espera de poder regresar a su patria y contemplar tu rostro
que atrae los corazones e irradia luz y paz.

5. “Santina de Covadonga”, “causa de nuestra alegría”,
ilumina a cuantos llegan a estas montañas
para que reconozcan, en medio de tanta belleza,
a Quien “yéndolas mirando, con sola su figura,
vestidas las dejó de su hermosura”,
y así se dejen atraer por la bondad y belleza del Creador
que hizo de Ti el vértice de la hermosura humana y divina.
Suscita, Madre de Asturias,
entre los hijos e hijas de las familias cristianas
vocaciones de apóstoles y misioneros:
nuevos sacerdotes, religiosos y religiosas,
personas consagradas y seglares comprometidos,
al servicio del Reino y de la civilización del amor.
Haz que, hoy como ayer, los hijos de Asturias
sigan a tu Hijo por el camino de la santidad
y siembren la semilla del Evangelio
desde aquí hasta los confines de la tierra.

6. Madre y Maestra de la fe católica,
haz que Covadonga siga siendo, como antaño lo fue,
altar mayor y latido del corazón de España.
Y a quienes te cantamos como “la Reina de nuestra montaña”
y a todos los hermanos que peregrinan por los senderos de la fe,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre,
que nos ofreces siempre como Salvador y Hermano nuestro.

¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!
Amén. "

Discurso de San JPII al Patronato Real de la Gruta de Covadonga
Lunes 21 de agosto de 1989 - also in Italian

"Alteza Real:
Pláceme tener este encuentro con Usted y los miembros del Patronato Real de la Gruta y Sitio de Covadonga en estas primeras horas del día.

En este rincón sin par, llamado “casa solariega de España y de la Hispanidad”, tiene su sede el Patronado Real que Vuestra Alteza tiene a bien presidir, corno Príncipe de Asturias. Entre los objetivos del Patronato está el de fomentar “el estudio, coordinación y realización de obras, instalaciones y servicios que redunden en el mayor esplendor y efectividad de los valores religiosos, históricos...” (Boletín Oficial del Principado de Asturias y de la Provincia, Ley 2/87 del 8 de abril de 1987, artículo 1). Pero en este quehacer religioso-social cuentan con la sensibilidad, la colaboración y el apoyo del Gobierno, de la Iglesia y del generoso pueblo que ven en este santuario mariano la cuna del renacer de España. Desde los lejanos tiempos de Pelayo hasta la época actual.

Covadonga es vista y considerada como la esencia de España. Por ello, no debe extrañar al visitante y al peregrino que los muros de la basílica de Nuestra Señora alberguen fraternalmente todas las banderas de Iberoamérica, junto con las de España y Asturias. Es como si quisieran manifestar, en el umbral del V centenario del descubrimiento y evangelización del Nuevo Mundo, la unión fraterna existente entre España y América. Unión que brilla de modo fúlgido merced a la fe cristiana. Fe de honda raíz mariana “Per Mariam ad Iesum!” ¡Por María a Jesús! Esto se aplica de forma concreta a la religiosidad popular española y americana.

Cuando, dentro de breves instantes, me postre ante la venerada Imagen de la Santina, puedo asegurar que tendré presente a vuestra Alteza y a los miembros de este alto Patronato para que el servicio religioso y social que prestan alcance los fines previstos. Así se colmarán las esperanzas puestas por los hijos y las hijas de Asturias y de España entera, esperanzas de que este maravilloso enclave, obra admirable del Todopoderoso, siga manteniendo su profunda identidad espiritual.

A Ustedes y a sus familias bendigo de corazón.

Homilía del Papa San Juan Pablo II en Basílica de Covadonga
Lunes 21 de agosto de 1989 - also in Italian

"Amadísimos hermanos en el Episcopado, queridos hijos e hijas:

1. “¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!” (Sal 87 [86], 3).

El salmista se prodiga en expresiones de alabanza a Jerusalén, la ciudad de Dios. Proclama la gloria de Sión, cuyas puertas son las que “prefiere el Señor”.

Sión, la montaña del Señor sobre la cual, como cimiento, está fundada la ciudad del Dios vivo: la ciudad que fue testigo de la Pascua, esto es, del Paso Salvador de Dios.

Y para este Paso de salvación estaba previsto un lugar: el Cenáculo de Jerusalén, donde se reunieron los Apóstoles después de la Ascensión del Señor. Allí permanecieron unidos en oración “Junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch 1, 14).

Allí se prepararon para el acontecimiento de Pentecostés.

2. ¡“Qué pregón tan glorioso para ti”, santuario de Covadonga, Cueva de nuestra Señora!

Desde hace siglos se reúnen aquí asiduamente en oración generaciones de discípulos de Cristo, los hijos y las hijas de esta tierra de Asturias y de España. Se reúnen “con María”. Y la oración “con la Madre de Jesús” prepara, de una manera particular, los caminos de la venida del Espíritu.

Este es el misterio de la Sión jerosolimitana. Este y no otro es el misterio de los santuarios marianos. Este es también el misterio del santuario de la Santina de Covadonga, donde, desde hace siglos, la Esposa del Espíritu Santo, la Virgen María, está rodeada de veneración y amor.

Después de haber estado como peregrino en Compostela, he querido subir hasta aquí, a la montaña santa de Covadonga, tan unida por la historia a la fe de España.

Mi más cordial saludo se dirige en primer lugar a Su Alteza Real Don Felipe de Borbón, felizmente vinculado a este lugar Mariano, como Príncipe de Asturias.

Asimismo, pláceme renovar mi fraterno saludo al señor arzobispo de Oviedo, monseñor Gabino Díaz Merchán, y a su auxiliar, así como a los queridísimos asturianos. Este saludo se extiende también a los amadísimos Pastores de las diócesis hermanas de Astorga, León y Santander que, acompañados de numerosos fieles, han venido a esta solemne Eucaristía.

3. Todos juntos ensalzamos en este día a la Esposa del Espíritu Santo. Fue a Ella sola, a quien el Ángel mensajero de Dios anunció en Nazaret: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios” (Lc 1, 35). María dio su consentimiento diciendo: “Hágase en mí según tu palabra” (ib. 1, 38). Y desde entonces quedó convertida en el santuario más santo de la historia de la humanidad.

¡María, Hija admirable de Sión!

He aquí que la vemos en camino hacia la casa de su prima Isabel. Esta, a su vez, iluminada por el Espíritu Santo, reconoció en María este santísimo santuario:

“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!”.
“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” (ib. 1, 42-43).

Con estas palabras inspiradas, ella tributó a María la primera bienaventuranza del Nuevo Testamento: la bienaventuranza de la fe de María:

“Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (ib. 1, 45).

4. El Papa sucesor de Pedro, “que confiesa su fe” en este santuario vivo, que es la Virgen de Nazaret, sube también hoy a la montaña, a Covadonga, la Casa de la Señora, para proclamar a María ¡Bendita, feliz, dichosa! Se cumplirá así la profecía de la Virgen del Magnificat: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones” (cf ib. 1, 38).

María es “la que ha creído”. Es la creyente por excelencia, que ha dado su consentimiento a las palabras del Ángel y a la elección del Señor. En esta narración evangélica se nos desvela el misterio de la fe de María.

Para poder anunciar esta verdad acerca de la Madre del Redentor es necesario recorrer el admirable “itinerario de la fe” que conduce de Nazaret a Belén, del templo de Jerusalén –el día de la presentación del Niño Jesús– a Egipto, adonde huye en compañía de su esposo y su hijo, por temor de Herodes; y más tarde, tras la muerte de éste, regresa de nuevo a Nazaret. Así van pasando los años de la vida oculta de Jesús.

Cuando Jesús da comienzo a su misión mesiánica, el itinerario mariano de la fe pasará por Caná de Galilea para llegar después a su revelación culminante en el Gólgota, a los pies de la Cruz.

Y finalmente, la encontramos en el Cenáculo de Jerusalén, en la ciudad santa de Sión, donde la primera comunidad de los discípulos de Jesús, en la espera de Pentecostés, reconoce en María a Aquella “que ha creído”; la que con su fe ha hecho posible lo que ellos han podido contemplar con sus propios ojos.

María, testigo de Jesús que ha subido al cielo, es garantía del Espíritu prometido, a quien los discípulos esperan en oración unánime y perseverante.

5. En el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha declarado que la Virgen, Santa Madre de Dios, admirablemente presente en la misión de su Hijo Jesucristo, “precedió” a toda la Iglesia en el camino de la fe, de la esperanza y de la perfecta unión con Cristo (cf. Lumen gentium, 58).

Desde el día de Pentecostés se mantiene en el Pueblo de Dios por toda la faz de la tierra, este admirable “preceder” en la fe. Los santuarios marianos dan testimonio eficaz de este hecho.

Y lo da también el santuario de Covadonga.

La Cueva de nuestra Señora y el santuario que el pueblo fiel ha consagrado a esta imagen “pequeñina y galana”, con el Niño en brazos y en su mano derecha una flor de oro, son un monumento de la fe del pueblo de Asturias y de España entera. La presencia de la Madre de Dios, vigilante y solícita en este lugar, realiza idealmente una unión sensible entre la primera comunidad apostólica de Pentecostés y la Iglesia establecida en esta tierra. Allí y aquí la presencia de María sigue siendo garantía de una auténtica fe católica y de una genuina esperanza nunca perdida.

En el Cenáculo los Apóstoles intensifican sin duda su cercanía afectuosa y filial a María, en quien contemplan un testigo singular del misterio de Cristo. Antes habían aprendido a mirarla a través de Jesús. Ahora aprendían a mirar a Jesús a través de la que conservaba en su corazón las primicias del Evangelio, el recuerdo imborrable de los primeros años de la vida de Cristo.

También en Covadonga los cristianos de Asturias veneráis en María a la Santa Madre de Cristo. Y Ella misma os introduce en el conocimiento de su Hijo, el Redentor del hombre.

Aquí y allí, en Covadonga y en el Cenáculo de Jerusalén, la presencia de María es garantía de la autenticidad de una Iglesia en la que no puede estar ausente la Madre de Jesús.

6. Así, Covadonga, a través de los siglos, ha sido como el corazón de la Iglesia de Asturias. Cada asturiano siente muy dentro de sí el amor a la Virgen de Covadonga, a la “Madre y Reina de nuestra montaña”, como cantáis en su himno.

Por eso, si queréis construir una Asturias más unida y solidaria no podéis prescindir de esa nueva vida, fuente de espiritual energía, que hace más de doce siglos brotó en estas montañas a impulsos de la Cruz de Cristo y de la presencia materna de María.

¡Cuántas generaciones de hijos e hijas de esta tierra han rezado ante la imagen de la Madre y han experimentado su protección! ¡Cuántos enfermos han subido hasta este santuario para dar gracias a Dios por los favores recibidos mediante la intercesión de la Santina!

La Virgen de Covadonga es como un imán que atrae misteriosamente las miradas y los corazones de tantos emigrantes salidos de esta tierra y esparcidos hoy por lugares lejanos.

La Virgen María, podemos decir, no es sólo la “que ha creído” sino la Madre de los creyentes, la Estrella de la evangelización que se ha irradiado en estas tierras y desde aquí, con sus hijos, misioneros y misioneras, ha llegado al mundo entero.

Covadonga es además una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio.

Por ello, en el contexto de mi peregrinación jacobea a las raíces de la Europa cristiana, pongo confiadamente a los pies de la Santina de Covadonga el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir. ¡Que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo!

7. “El la ha cimentado sobre el monte santo... y cantarán mientras danzan: Todas mis fuentes están en ti”. (Sal 87 [86], 7)

Covadonga es también misteriosa fuente de agua que se remansa, tras brotar de las montañas, como imagen expresiva de las gracias divinas que Dios derrama con abundancia por intercesión de la Virgen María.

La ardua subida a esta montaña que muchos de vosotros seguís haciendo a pie en una noble y vigorosa experiencia de peregrinación, es el símbolo del itinerario de la fe, del recorrido solidario de los caminos del Evangelio, de la subida al monte del Señor que es la vida cristiana. ¡Cuántos peregrinos han encontrado aquí la paz del corazón, la alegría de la reconciliación, el perdón de los pecados y la gracia de la renovación interior! De esta manera la devoción a la Virgen se convierte en auténtica vida cristiana, en experiencia de la Iglesia como sacramento de salvación, en propósitos eficaces de renovación de vida.

¡María es la fuente y Cristo el agua viva!

Me complace saber que Covadonga es hoy lugar de peregrinación para tantos buscadores de Dios, que se manifiesta especialmente en la soledad y el silencio y se revela en los santuarios de la Madre. Aquí María, orante y maestra de oración, enseña a escuchar y a mirar al Maestro, a entrar en intimidad con El para aprender a ser discípulos, y ser después testigos del Dios vivo en una sociedad que hay que impregnar de auténtico testimonio de vida.

Aquí, en Covadonga, templó su espíritu un ilustre capellán de la Santina, Don Pedro Poveda y Castroverde, fundador de la Institución Teresiana, dedicada a la formación cristiana y a la renovación pedagógica en la España del primer tercio de este siglo. Una intuición profética, inspirada por María, para la promoción de la mujer, a través de mujeres de una auténtica transparencia mariana y un ardor apostólico típicamente teresiano. ¡Aquí nació esta obra, a los pies de la Santina!

8. Queridos hermanos y hermanas: Hemos escuchado la proclamación del Salmista: “Se dirá de Sión: Uno por uno todos han nacido en ella: el Altísimo en persona la ha fundado” (Sal 87 [86], 5).

Así es. Cada uno de nosotros ha nacido en Sión el día de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Cuando nace la Iglesia con la presencia de María. «El Señor escribirá en el registro de los pueblos: “ Este ha nacido allí ”» (ib. 6).

Aquí, en el santuario mariano de Covadonga, el pueblo que habita en la península ibérica, y en particular en la tierra de Asturias, percibe de una manera especial su nacimiento por obra del Espíritu Santo.

Porque Covadonga es seno maternal y cuna de la fe y de la vida cristiana para la iglesia que vive en Asturias. Y María es imagen y Madre de la Iglesia y de cada comunidad cristiana que escucha la palabra, celebra los sacramentos y vive en la caridad, construyendo una sociedad más fraternal y solidaria.

Escuchad lo que nos enseña el Concilio Vaticano II:

“La Virgen Santísima... dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf. Rm 8, 29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno” (Lumen gentium, 63).

Aquella que ha creído es también la que ha dicho:

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc 1, 46-47).

Ella misma. La que es santísimo santuario del Dios hecho hombre.

Ella misma. La que es inspiración para todas las generaciones del Pueblo de Dios en su peregrinación terrena.

María. Ella misma... comienzo de un mundo nuevo –de un mundo mejor– en Cristo Jesús. Amén.