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John Paul II's 4th Apostolic Visit to Spain

12th - 17th June 1993

Click here to read all Blessed John Paul II's words (in Italian & Spanish) during his 4th pilgrim trip to Spain for the XLV International Eucharistic Congress, the canonisation of Enrique de Ossó y Cervelló & the consecration of the Cathedral de la Almudena. During his 59th apostolic journey, JPII visited Seville, Huelva, the Shrine of Our Lady de la Cinta, the Shrine of Our Lady of Rocío & Madrid.

Nuestra Señora de los Milagros

Oración del Beato Juan Pablo II

Dios te salve, Madre y Señora Nuestra de los Milagros,
Santa María de la Rábida.
Peregrino por tierras andaluzas,
donde se siente por doquier tu presencia y se oye tu nombre,
he venido a los Lugares Colombinos, que, de modo privilegiado,
evocan los recuerdos, siempre vivos,
del V Centenario de la Evangelización de América.
Ante tu imagen oró Cristóbal Colón
y de ti recibió fortaleza y amparo para su intrépido proyecto,
que la reina Isabel la Católica puso al servicio de la fe.

Estrella de los mares y Madre de los marineros.
Tus hijos palermos llevaban impresa en sus ojos y en su corazón
tu imagen de bondad y dulzura cuando, aquel 3 de agosto de 1492,
guiados por el Almirante y por los hermanos Pinzón,
sostenidos por el cariño y la oración de sus esposas e hijos,
zarparon del puerto de Palos hacia la singular aventura
del encuentro de dos mundos,
que abrió nuevos caminos al Evangelio.
Tu nombre, “ Santa María ”, era el de la nao capitana.
Y con ese nombre en sus labios y en sus corazones,
una pléyade de misioneros llevaron la Buena Nueva de salvación
a los nuevos pueblos de América.

Tu imagen, Virgen María,
ha hecho presente, a través de los siglos, tu amor maternal
para todos los hijos de esta tierra,
en sus faenas de mar y en sus labores agrícolas,
en los momentos de angustia, y en los gozos y alegrías.
Por eso, por voluntad de mi predecesor Pablo VI,
fuiste declarada celestial Patrona de la ciudad de Palos,
y eres aclamada como Reina por estos hijos tuyos,
que sienten en sus vidas tu amorosa intercesión.
A ti, humilde Madre del Señor,
la Trinidad gloriosa te coronó en el cielo.
Y hoy, como signo de filial devoción,
colocamos en tu imagen y en la de tu Hijo Jesús
la corona de amor y de fe de este pueblo que te venera.

Santa María, Estrella de la Evangelización,
Madre de España y de América.
Ante ti se renueva la memoria, cinco veces centenaria,
del anuncio de Cristo a los pueblos del Nuevo Mundo.
Rodean a tu imagen los emblemas de tantas Naciones
hermanadas por la misma fe católica y la misma lengua hispana.
Tras peregrinar por las queridas tierras de América,
y haber visto por doquier tu presencia maternal,
vengo ahora a darte gracias, Virgen Santísima,
por los cinco siglos de acción evangelizadora en el Nuevo Mundo.
Te encomiendo a todas las Naciones hermanas de América,
para que se abran más y más a la Buena Nueva que libera y salva.

Madre de Dios y Madre nuestra,
bendice a la comunidad de franciscanos, que te venera.
Protege a las familias, a los niños y jóvenes, a los ancianos,
a los pobres y enfermos, y a cuantos se acogen a tu protección.
Guíalos en el camino de la vida para que encuentren al Señor.
Dales luz y fuerza para que sigan sus huellas.
Sé para todos tus hijos de Palos
la Estrella que los conduzca a Jesús, Luz del mundo.
Abre su corazón a la solidaridad con los más necesitados.
Renueva en la Iglesia onubense y en toda España
la conciencia misionera, que llevó a una pléyade de sus hijos
a compartir la fe de sus mayores con los hermanos de ultramar.

Reina y Señora de los Milagros,
desde este histórico lugar de La Rábida,
cuna del Descubrimiento y Evangelización de América,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre,
y ruega siempre por nosotros para que seamos dignos de alcanzar
y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Coronación de la imagen, 14 de junio de 1993, Monasterio de la Rábida, Huelva

Homilía del Beato Juan Pablo II en el Sanctuario de Nuestra Señora de la Cinta

Huelva, 14 de junio de 1993 - en español e italiano

“El Espíritu Santo descenderá sobre ti” (Lc 1, 35).

1. “Estas palabras que el ángel san Gabriel dirige a María en Nazareth son un eco de las que hemos oído en la primera lectura del profeta Isaías, cuando anuncia que “brotará un renuevo del tronco de Jesé” (Is 11, 1), es decir, de la casa de David. El evangelista san Lucas, en su relato de la anunciación, precisará que la Virgen estaba “ desposada con un varón de nombre José, de la casa de David ” (Lc 1, 27).

María, que por la potencia del Espíritu Santo concebirá y dará a luz un hijo, “que será santo y será llamado Hijo de Dios... porque para Dios nada hay imposible”, es “la llena de gracia”, la Theotokos, la Madre de Dios, a la que, junto con todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Huelva, quiero venerar con esta peregrinación a los Lugares Colombinos, en recuerdo de aquella gloriosa gesta que llevó la luz del Evangelio al Nuevo Mundo.

2. Es para mí motivo de honda satisfacción celebrar esta Eucaristía y encontrarme con los hijos e hijas de la querida Iglesia onubense. Una Iglesia cargada de historia, pues muchos de sus hombres fueron pioneros, hace medio milenio, de aquella gran empresa descubridora y evangelizadora, que convertiría en realidad geográfica y humana la vocación universal – católica – del cristianismo. Deseo agradecer vivamente las amables palabras de bienvenida que vuestro Obispo, Monseñor Rafael González Moralejo, en nombre también del Obispo Coadjutor, de los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles ha tenido a bien dirigirme.

En coincidencia con el V Centenario del descubrimiento y Evangelización de América, se celebraron en esta diócesis, el pasado año, los Congresos XI Mariológico y XVIII Mariano Internacionales, bajo el evocador lema de “María, Estrella de la evangelización” (Evangelii nuntiandi, 82). Ella fue, en efecto, la estrella de aquella gran epopeya misionera que llevó la luz de Cristo a las tierras recién descubiertas. “En el nombre de Dios y de Santa María” – como consta en los escritos de la época – se embarcaron con Colón en el puerto de Palos los valerosos marinos de esta tierra que hicieron de la mar océana un camino para la difusión del Evangelio.

El nombre dulcísimo de Nuestra Señora de la Cinta, cuya venerada imagen nos preside, fue invocado por ellos durante los peligros de la travesía. Y a su santuario del Conquero fueron a postrarse ante ella a la vuelta del viaje descubridor, en homenaje de reconocimiento y gratitud por la protección maternal que les había dispensado la que siempre fue Abogada singular de los marineros onubenses.

3. Venimos, pues, en peregrinación mariana por esta bendita tierra andaluza en una jornada que, con la ayuda de Dios, me llevará también a los pies de la imagen de Nuestra Señora de los Milagros, en el Monasterio de la Rábida, y junto a la Blanca Paloma, como vosotros filialmente la llamáis, en el Santuario de El Rocío. Deseo con ello unirme también yo ahora a la sentida profesión de fe que fueron los últimos Congresos Mariológico y Mariano, y, a la vez, agradecer a “María, Estrella de la evangelización”, su protección maternal en la gloriosa gesta que abrió nuevos caminos al mensaje salvador de su divino Hijo. Quiero venerar a la que “todas las generaciones llaman bienaventurada” en estos lugares donde el pueblo peregrino de la fe ha experimentado “las maravillas de Dios” (Hch 2, 11) .

Hemos celebrado, con recuerdo agradecido y gozoso, el V Centenario de aquella gran epopeya de los misioneros españoles, a quienes, con mi presencia en Huelva, cuna del descubrimiento, quiero rendir homenaje en nombre de toda la Iglesia. Pero la Iglesia no puede limitarse solamente a la evocación de ese pasado glorioso. La conmemoración de lo acontecido hace cinco siglos es para ella “un llamamiento a un nuevo esfuerzo creador en su evangelización” (Homilía de la misa para la evangelización de los pueblos, n. 6, 11 de oct 1984). El recuerdo del pasado ha de servir de estímulo y acicate para afrontar con decisión y coraje apostólicos los desafíos del presente.

4. En la narración de las bodas de Caná, que hemos escuchado en la lectura del evangelio de san Juan, María, acercándose a Jesús, le dice: “No tienen vino” (Jn 2, 3). El rico simbolismo del vino en el lenguaje bíblico nos descubre todo el alcance de la súplica de María a Jesús: falta la manifestación del poder de Dios, no tienen el vino bueno del Evangelio. María aparece así como portavoz de Israel y de la humanidad entera que espera la manifestación salvadora del Mesías, que está sedienta del Evangelio, que aguarda con impaciencia la Verdad y la Luz que sólo de Cristo puede recibir. Ese es el vino nuevo, vino mejor que el que se echó en falta. En Caná se nos muestra así “la solicitud de María por todos los hombres, al ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades” (Redemptoris Mater, 21).

“No tienen vino” (Jn 2, 3). Con estas mismas palabras María se dirige hoy a una sociedad como la nuestra, que, pese a sus hondas raíces cristianas, ha visto difundirse en ella los fenómenos del secularismo y la descristianización, y “reclama, sin dilación alguna, una nueva evangelización” (Christifideles laici, 4). La Iglesia, que tiene en la evangelización su “dicha y vocación propia..., su identidad más profunda” (Evangelii nuntiandi, 14), no puede replegarse en sí misma. Ha de escuchar y hacer suya la súplica de María, que sigue intercediendo como madre en favor de los hombres, que, sean conscientes o no de ello, tienen sed del “ vino nuevo y mejor ” del Evangelio. Los signos de descristianización que observamos no pueden ser pretexto para una resignación conformista o un desaliento paralizador; al contrario, la Iglesia discierne en ellos la voz de Dios que nos llama a iluminar las conciencias con la luz del Evangelio.

5. Es cierto que el hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona. Vosotros lo sabéis bien: el alejamiento de Dios lleva consigo la pérdida de aquellos valores morales que son base y fundamento de la convivencia humana. Y su carencia produce un vacío que se pretende llenar con una cultura –o más bien, pseudocultura– centrada en el consumismo desenfrenado, en el afán de poseer y gozar, y que no ofrece más ideales que la lucha por los propios intereses o el goce narcisista.

El olvido de Dios, la ausencia de valores morales de los que sólo Él puede ser fundamento, están también en la raíz de sistemas económicos que olvidan la dignidad de la persona y de la norma moral, poniendo el lucro como objetivo prioritario y único criterio inspirador de sus programas. Dicha realidad de fondo no es ajena a los penosos fenómenos económico–sociales que repercuten en tantas familias, como es la tragedia del paro – que muchos de vosotros conocéis por dolorosa experiencia –, y que lleva a numerosos hombres y mujeres – privados de ese medio de realización personal que es el trabajo honrado – a la desesperación o a engrosar las filas de los marginados sociales.

6. El alejamiento de Dios, el eclipse de los valores morales ha favorecido también el deterioro de la vida familiar, hoy profundamente desgarrada por el aumento de las separaciones y divorcios, por la sistemática exclusión de la natalidad – incluso a través del abominable crimen del aborto –, por el creciente abandono de los ancianos, tantas veces privados del calor familiar y de la necesaria comunión intergeneracional. Todo este fenómeno de obscurecimiento de los valores morales cristianos repercute de forma gravísima en los jóvenes, objeto hoy de una sutil manipulación, y no pocos de ellos víctimas de la droga, del alcohol, de la pornografía y de otras formas de consumismo degradante, que pretenden vanamente llenar el vacío de los valores espirituales con un estilo de vida “orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo” (Centesimus annus, 36). La idolatría del lucro y el desordenado afán consumista de tener y gozar son también raíz de la irresponsable destrucción del medio ambiente, por cuanto inducen al hombre a “disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar.”

7. Es el clamor de esta sociedad necesitada de la luz y de la verdad del Evangelio lo que traen a nuestra mente las palabras de María: “No tienen vino” (Jn 2, 3). Urge, pues, un nuevo esfuerzo creador en la evangelización de nuestro mundo. El reto es decisivo y no admite dilaciones ni esperas. Ni hay motivos para el desaliento, pues, por muchas que sean las sombras que oscurecen el panorama, son más los motivos de esperanza que en él se vislumbran: vuestras propias raíces cristianas, vuestra fe en Jesucristo, vuestra devoción a su divina Madre. De ello habéis de sacar las energías capaces de dar impulso a la nueva evangelización. Por eso repito hoy a la comunidad cristiana de Huelva aquellas palabras que, durante mi primera visita pastoral a España, dirigí desde Santiago de Compostela a Europa entera: “Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes” (Discurso en Santiago de Compostela, n. 4, 9 de nov 1982).

Un nuevo esfuerzo creador en la evangelización de nuestro mundo es empresa para la que se necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas. Conozco bien la penuria de vocaciones de vuestra Iglesia onubense. Por eso, desde aquí hago un llamamiento a vosotros y vosotras, jóvenes de Huelva: ¡Sed generosos! ¡no hagáis oídos sordos a la voz de Cristo si os llama a seguirle en el ministerio sacerdotal o en la vida religiosa! La Iglesia necesita apóstoles profundamente enraizados en Dios y conocedores, al mismo tiempo, del corazón del hombre, solidarios de sus alegrías y esperanzas, angustias y tristezas, anunciadores creíbles de propuestas de vida cristiana que sean capaces de dar un alma nueva a la sociedad actual.

8. La nueva evangelización necesita también de un laicado adulto y responsable. En la misión evangelizadora, los laicos “tienen un puesto original e irreemplazable: por medio de ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor” (Christifideles laici, 17). La evangelización no debe limitarse al anuncio de un mensaje, sino que pretende “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y con su designio de salvación” (Evangelii nuntiandi, 19). Según esto, no debemos seguir manteniendo una situación en la que la fe y la moral cristianas se arrinconan en el ámbito de la más estricta privacidad, quedando así mutiladas de toda influencia en la vida social y pública. Por eso, desde aquí animo a todos los fieles laicos de España a superar toda tentación inhibicionista y a asumir con decisión y valentía su propia responsabilidad de hacer presente y operante la luz del Evangelio en el mundo profesional, social, económico, cultural y político, aportando a la convivencia social unos valores que, precisamente por ser genuinamente cristianos, son verdadera y radicalmente humanos.

9. Queridos hermanos y hermanas onubenses: Estamos reunidos aquí para celebrar la Eucaristía en torno a la imagen de Nuestra Señora de la Cinta, vuestra patrona. A diario, desde su santuario del Conquero, ella hace llegar a nuestros oídos la súplica dirigida a su Hijo en las bodas de Caná: “No tienen vino” (Jn 2, 3). Pero ella también nos repite las palabras que dirigió a los sirvientes y que son como su testamento: “Haced lo que Él os diga.” El objetivo de la evangelización no es otro que éste: acoger la palabra de Cristo en la fe, seguirla en la vida de cada día, hacer de ella la pauta inspiradora de nuestra conducta individual, familiar, social y pública. Permitidme que os lo recuerde con las mismas y apremiantes palabras con que comencé mi ministerio al servicio de la Iglesia universal: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid, de par en par, las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas tanto económicos como políticos, los dilatados campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo" (Discurso al comenzar el pontificado, 22 de octubre de 1978).

La venerable imagen de Nuestra Señora de la Cinta, que hoy nos preside, se remonta al tiempo del descubrimiento de América y es rica de contenido histórico y salvífico. Ella ha sido testigo de esa historia de gracia y de pecado – como todo lo humano – que fue la epopeya del Nuevo Mundo. Pero, con palabras de san Pablo, decimos que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). La narración del milagro de las bodas de Caná de Galilea donde, por intercesión de su Madre, Jesús convirtió el agua en vino, simboliza, en cierto modo, el insondable misterio del hombre, necesitado siempre del poder mesiánico de Cristo que lo transforme, que lo convierta en ese “vino nuevo” que el maestresala descubrió sorprendido.

Ella, a la que invocamos como Omnipotentia supplex, intercederá ante su divino Hijo, como en las bodas de Caná, para que nada nos falte. Sabemos que su intercesión llega misteriosamente incluso hasta donde no nos atrevemos a pedir; como dice la liturgia “quod conscientia metuit et oratio non praesumit” (Oratio «Collecta» in Domenica XXIV per Annum). Ella sabe que “para Dios no hay nada imposible” (Lc 1, 37), pues, en las manos divinas, ha sido dócil instrumento en la historia de la salvación. Conociendo la infinita potencia de la gracia de la Redención – mediante la Cruz y la Resurrección de su propio Hijo – Ella, la Theotokos, puede decir a todos y cada uno: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). ¡Todo lo que Él os diga!

Que María, Nuestra Madre, os proteja y acompañe siempre en vuestro caminar, y os conduzca a Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida.” Amén.

El Beato Juan Pablo II - en el Santuario Nuestra Señora del Rocío

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Que la gracia y la paz de Jesucristo, el Señor, esté siempre con todos vosotros: rocieros y peregrinos que desde tan diversos lugares habéis llegado a estas marismas almonteñas para reuniros con el Papa en este santuario, centro de la devoción mariana andaluza, en el que se venera la imagen bendita de Nuestra Señora del Rocío.

Es para mí motivo de honda alegría y de acción de gracias culminar mi visita apostólica a la Diócesis de Huelva peregrinando a estas marismas en las que la Madre de Dios recibe, en la romería de Pentecostés e incesantemente durante todo el año, el vibrante homenaje de devoción de sus hijos de Andalucía y de muchos otros lugares de España. A esa multitud incontable de romeros he querido unirme hoy, ante esta bellísima imagen de la Virgen, para venerar a nuestra Madre del cielo.

Agradezco vivamente las amables palabras que Monseñor Rafael González Moralejo, Obispo de esta diócesis, ha tenido a bien dirigirme, así como la presencia de mis Hermanos en el Episcopado y de los numerosos y amados sacerdotes, religiosos y religiosas que han querido unirse a esta celebración rociera. Mi gratitud igualmente a las Autoridades civiles por su valiosa colaboración en la preparación de este encuentro para honrar a la Blanca Paloma.

2. Hace cuatro años, una numerosísima representación de vuestra Hermandad Matriz y de las restantes Hermandades del Rocío, acompañados por vuestro Obispo, os pusisteis en camino y peregrinasteis a Roma para llevarme el perfume de estas vuestras marismas almonteñas y mostrarme en vuestros simpecados el rostro bellísimo de la Virgen y Señora del Rocío. Hoy soy yo quien peregrina hasta aquí para postrarme a los pies de esta sagrada imagen, que nos representa y recuerda a María –Asunta en cuerpo y alma al Cielo– y orar por la Iglesia, por vosotros y por vuestras familias, por España y por todos los hombres y mujeres del mundo.

En esta ocasión, deseo recordaros el mensaje que os dirigí entonces en Roma: “Quiero alentaros vivamente en la auténtica devoción a María, modelo de nuestro peregrinar en la fe, así como en vuestros propósitos, como hijos de la Iglesia y como fieles laicos asociados en vuestras Hermandades, a dar testimonio de los valores cristianos en la sociedad andaluza y española” (Audiencia general, 1 de marzo de 1989).

Vuestra devoción a la Virgen representa una vivencia clave en la religiosidad popular y, al mismo tiempo, constituye una compleja realidad socio–cultural y religiosa. En ella, junto a los valores de tradición histórica, de ambientación folklórica y de belleza natural y plástica, se conjugan ricos sentimientos humanos de amistad compartida, igualdad de trato y valor de todo lo bello que la vida encierra en el común gozo de la fiesta. Pero en las raíces profundas de este fenómeno religioso y cultural, aparecen los auténticos valores espirituales de la fe en Dios, del reconocimiento de Cristo como Hijo de Dios y Salvador de los hombres, del amor y devoción a la Virgen y de la fraternidad cristiana, que nace de sabernos hijos del mismo Padre celestial.

3. Vuestra devoción a la Virgen, manifestada en la Romería de Pentecostés, en vuestras peregrinaciones al Santuario y en vuestras actividades en las Hermandades, tiene mucho de positivo y alentador, pero se le ha acumulado también, como vosotros decís, “polvo del camin ”, que es necesario purificar. Es necesario, pues, que, ahondando en los fundamentos de esta devoción, seáis capaces de dar a estas raíces de fe su plenitud evangélica; esto es, que descubráis las razones profundas de la presencia de María en vuestras vidas como modelo en el peregrinar de la fe y hagáis así que afloren, a nivel personal y comunitario, los genuinos motivos devocionales que tienen su apoyo en las enseñanzas evangélicas.

En efecto, desligar la manifestación de religiosidad popular de las raíces evangélicas de la fe, reduciéndola a mera expresión folklórica o costumbrista sería traicionar su verdadera esencia. Es la fe cristiana, es la devoción a María, es el deseo de imitarla lo que da autenticidad a las manifestaciones religiosas y marianas de nuestro pueblo. Pero esa devoción mariana, tan arraigada en esta tierra de María Santísima, necesita ser esclarecida y alimentada continuamente con la escucha y la meditación de la palabra de Dios, haciendo de ella la pauta inspiradora de nuestra conducta en todos los ámbitos de nuestra existencia cotidiana.

Os invito, por ello, a todos a hacer de este lugar del Rocío una verdadera escuela de vida cristiana, en la que, bajo la protección maternal de María, bajo sus ojos maternos, la fe crezca y se fortalezca con la escucha de la palabra de Dios, con la oración perseverante, con la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía. Este, y no otro, es el camino por el que la devoción rociera ganará cada día en autenticidad. Además, la verdadera devoción a la Virgen María os llevará a la imitación de sus virtudes. A través de ella y por su mediación, descubriréis a Jesucristo, su Hijo, Dios y Hombre verdadero, que es el único Mediador entre Dios y los hombres.

4. En un entrañable encuentro con los Obispos de Andalucía, con ocasión de su visita “ad Limina”, me refería a la vivencia religiosa popular con estas palabras: “Vuestros pueblos, que hunden sus raíces en la antigua tradición apostólica, han recibido a lo largo de los siglos numerosas influencias culturales que les han dado características propias. La religiosidad popular que de ahí ha surgido es fruto de la presencia fundamental de la fe católica, con una experiencia propia de lo sagrado, que comporta a veces la exaltación ritualista de los momentos solemnes de la vida del hombre, una tendencia devocional y una devoción muy festiva. ¡Gracias a Dios!” (Discurso a los obispos de Sevilla y Granada, n., 30 de enero de 1982. Sé que, como Hermandades Rocieras, estáis empeñados, en dar una nueva y auténtica vitalidad cristiana a la religiosidad popular en esta tierra. Por otra parte, es consolador comprobar que vuestros Pastores muestran gran solicitud y preocupación por fomentar en las Hermandades una mayor formación cristiana y una más activa participación litúrgica y caritativa en la vida de la Iglesia, que se traduzca en verdadero dinamismo apostólico. Por mi parte, y apelando al sentimiento más profundo que, como cristianos y rocieros, lleváis en el fondo de vuestras almas, quiero alentaros a reavivar en vosotros el amor y la devoción a María, y por Ella a Cristo, dando así también testimonio de una fe que se hace cultura. Sería una pena que esta cultura cristiana vuestra magnífica, profundamente enraizada en la fe, se debilitara por inhibición o por cobardía al ceder a la tentación y al señuelo –que hoy se os tiende– de rechazar o despreciar los valores cristianos que cimientan la obra de la devoción a María y dan savia a las raíces del Rocío. Por eso os vuelvo a insistir hoy ante la Virgen: dad testimonio de los valores cristianos en la sociedad andaluza y española.

5. Queridas hermanas y hermanos rocieros, me siento feliz de estar con vosotros en esta hermosa tarde, aquí, en este paraje bellísimo de Almonte y ante este bendito Santuario, en el que acabo de orar por la Iglesia y por el mundo. A Ella, nuestra Madre celeste, Asunta en cuerpo y alma al cielo, he pedido por vuestro pueblo andaluz y español, pueblo fundamentado en la fe de sus mayores y que vive una ardiente esperanza de elevación humana, de progreso, de afirmación de su propia dignidad, de respeto a sus derechos y de estímulo y ejemplaridad para cumplir sus deberes.

He pedido a María que siga concediéndoos, en la alegría de vuestra forma de ser, la firmeza de la fe, y engendre en vosotros la esperanza cristiana que se manifieste en el gozo ante la vida, en la aceptación ante el dolor y en la solidaridad frente a toda forma de egoísmo. He pedido para vosotros, los aquí presentes, así como para vuestras familias y para Andalucía entera y la noble Nación española, que sepáis siempre superar las dificultades y los obstáculos, a veces frecuentes en el camino, como son la pobreza, la temible plaga del paro, la falta de solidaridad, los vicios de la sociedad consumista en la que se olvida el sentido de Dios y la caridad auténtica.

¡Que por María sepáis abrir de par en par vuestro corazón a Cristo, el Señor!

Llevad por todos los caminos el cariño y el amor del Papa a vuestros familiares, paisanos y amigos, y antes de bendeciros alabemos juntos a María:

¡Viva la Virgen del Rocío!
¡Viva esa blanca paloma!
¡Que viva la Madre de Dios!

© Copyright 1993 - Libreria Editrice Vaticana

St John Paul II's homily at the canonization of Enrique de Ossó i Cervelló
Plaza de Colón, Madrid, Wednesday 16th June 1993 - also in Italian 

"“Vosotros sois la sal de la tierra...
Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14).

1. Estas palabras del Señor resuenan con toda su fuerza y grandeza cada vez que la Iglesia se reúne para celebrar el don de la santidad en uno de sus hijos. Resuenan hoy, de manera especial, en esta gran asamblea, que, junto con el Obispo de Roma, se congrega como “linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios para proclamar las obras del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1P 2, 9). Aquí está, en efecto, el pueblo santo de Dios, llamado a ser, por la gracia divina, sal de la tierra y luz del mundo.

Testigo de la luz divina fue el beato Enrique de Ossó y Cervelló, a quien la Iglesia eleva hoy a la gloria de la santidad y lo propone como modelo al pueblo cristiano. La Iglesia universal se alegra y se goza con este hijo suyo que, fiel a la llamada de Dios, entendió que «la aportación primera y fundamental a la edificación de la misma Iglesia en cuanto “comunión de los santos”» (Christifideles laici, 17) era su propia santidad. La semilla de santidad que recibió en el bautismo, maduró, dio fruto y fue devuelta a la Iglesia enriquecida con su carisma personal.

2. Cuál fue este carisma? Cuál fue el don recibido de Dios que fructificó en la vida del nuevo santo? Las lecturas bíblicas que han sido proclamadas nos dan la respuesta justa a estas preguntas. Enrique de Ossó buscó y encontró la sabiduría; la prefirió a los cetros, a los tronos y a la riqueza (Sb 7, 8). Desde su juventud, al abandonar la casa paterna, refugiándose en el monasterio de Montserrat, sintió que Dios le llamaba para hacerle partícipe de su amistad (cf. ibíd. 7, 14). Seducido por la luz que no tiene ocaso (cf. ibíd. 7, 10), encontró “el tesoro inagotable” (cf. ibíd. 7, 14) y lo dejó todo por poseerlo (cf Mt 13, 44-46). Su padre quería que fuera comerciante; y él, como el comerciante de la parábola evangélica, prefirió la perla de gran valor, que es Jesucristo. El amor a Jesucristo le condujo al sacerdocio, y en el ministerio sacerdotal Enrique de Ossó encontró la clave para vivir su identificación con Cristo y su celo apostólico. Como “buen soldado de Cristo Jesús” (2Tm 2, 3) tomó parte en los trabajos del evangelio y encontró fuerzas en la gracia divina para comunicar a los demás la sabiduría que había recibido. Su vida fue, en todo momento, contacto íntimo con Jesús, abnegación y sacrificio, generosa entrega apostólica.

3. Además del sacerdocio supo desarrollar su gran vocación a la enseñanza. No sólo hizo descubrir a otros la sabiduría escondida en Cristo, sino que sintió la necesidad de formar personas “capaces a su vez de enseñar a otros”, según la expresión de san Pablo a Timoteo (2Tm 2, 2). La Compañía de Santa Teresa de Jesús, fundada por él, no tiene otro fin que conocer y amar a Cristo, y así hacer que sea conocido y amado por los demás. El carisma de vuestro Fundador, amadas religiosas, sigue vivo en vosotras. La celebración de hoy es una invitación que el Señor os dirige para que continuéis vuestro fecundo servicio eclesial desde la santidad de vida y empeño apostólico, sobre todo a través de la enseñanza y formación de la juventud.

De la mano de Teresa de Jesús, Enrique de Ossó entiende que el amor a Cristo tiene que ser el centro de su obra. Un amor a Cristo que cautive y arrebate a los hombres ganándolos para el evangelio. Urgido por este amor, este ejemplar sacerdote, nacido en Cataluña, dirigirá su acción a los niños más necesitados, a los jóvenes labradores, a todos los hombres, sin distinción de edad o condición social; y, muy especialmente, dirigió su quehacer apostólico a la mujer, consciente de su capacidad para transformar la sociedad: “El mundo ha sido siempre –decía– lo que le han hecho las mujeres. Un mundo hecho por vosotras, formadas según el modelo de la Virgen María con las enseñanzas de Teresa” (Enrique de Ossó y Cervelló, Escritos, t. I, Barcelona, 1976, 207). Este ardiente deseo de que Jesucristo fuera conocido y amado por todo el mundo hizo que Enrique de Ossó centrase toda su actividad apostólica en la catequesis. En la cátedra del Seminario de Tortosa, o con los niños y la gente sencilla del pueblo, el virtuoso sacerdote revela el rostro de Cristo Maestro que, compadecido de la gente, les enseñaba el camino del cielo.

Su espíritu está marcado por la centralidad de la persona de Jesucristo. “Pensar, sentir, amar como Cristo Jesús; obrar, conversar y hablar como Él; conformar, en una palabra, toda nuestra vida con la de Cristo; revestirnos de Cristo Jesús es nuestra ocupación esencial” (Ibíd., t. III, Barcelona, 1976, 456). Y junto a Cristo, profesaba una piedad mariana entrañable y profunda, así como una admiración por el valor educativo de la persona y la obra de Santa Teresa de Jesús.

4. Avui és un dia gran per a l’Església, arreu del món, però a Espanya en primer lloc. Ho és especialment per a vosaltres, els tortosins. Un fill de l’entranyable terra catalana és proclamat sant; queda incorporat d’aquesta manera a la llarga corrua de sants i beats que són signe eloqüent de la riquesa espiritual d’aquest poble cristià.

Espanya pot gloriar–se, certament, d’una magnífica història de santedat; és cert però igualment que, en els nostres dies, per afrontar amb decisió i esperança el repte del futur, aquest país necessita retornar a les seves arrels cristianes.

Avui més que mai es pot percebre la necessitat de Déu. A mesura que la visió de la vida es secularitza, la societat es deshumanitza encara més, perquè es perd la perspectiva justa de les relacions entre els homes; quan es debilita la dimensió trascendent de l’existència, s’empetiteix el sentit de les relacions personals i de la història, i es posa en perill la dignitat i la llibertat de la persona humana, que només té Déu, el seu Creador, com a font i com a terme.

5. Por ello, en esta celebración litúrgica, que ve reunidos a tan gran número de personas de la Archidiócesis de Madrid y de las diócesis de Alcalá y Getafe, de la diócesis de Tortosa, patria del nuevo santo, y de las demás diócesis catalanas, así como de otros muchos lugares de la querida España, quiero dirigir un especial mensaje de aliento y esperanza a las familias españolas. A ellas, que son los santuarios del amor y de la vida (Centesimus annus, 39), las exhorto a ser verdaderas “ iglesias domésticas ”, lugar de encuentro con Dios, centro de irradiación de la fe, escuela de vida cristiana. “El futuro de la humanidad se fragua en la familia; por consiguiente, es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia” (Familiaris consortio, 86). Son bien conocidos los problemas que en nuestros días asedian al matrimonio y a la institución familiar; por eso, es necesario presentar con autenticidad el ideal de la familia cristiana, basado en la unidad y fidelidad del matrimonio, abierto a la fecundidad, guiado por el amor. Y cómo no expresar vivo apoyo a los reiterados pronunciamientos del Episcopado español en favor de la vida y sobre la ilicitud del aborto? Exhorto a todos a no desistir en la defensa de la dignidad de toda vida humana, en la indisolubilidad del matrimonio, en la fidelidad del amor conyugal, en la educación de los niños y de los jóvenes siguiendo los principios cristianos, frente a ideologías ciegas que niegan la transcendencia y a las que la historia reciente ha descalificado al mostrar su verdadero rostro.

6. Que en el seno de los hogares cristianos, los jóvenes, que son la gran fuerza y esperanza de un pueblo, puedan descubrir ideales altos y nobles que satisfagan las ansias de sus corazones y les aparte de la tentación de una cultura insolidaria y sin horizontes que conduce irremediablemente al vacío y al desaliento. La educación de los niños y jóvenes, queridos hermanos y hermanas, sigue teniendo una importancia fundamental para la misión de la Iglesia y para la misma sociedad civil. Por eso es preciso que los padres y madres cristianos sigan afirmando y sosteniendo el derecho a una escuela católica, auténticamente libre, en la que se imparta una verdadera educación religiosa y en la que los derechos de la familia sean convenientemente atendidos y tutelados. Todo ello redundará en beneficio del bien común, ya que la instrucción religiosa contribuye a preparar ciudadanos dispuestos a construir una sociedad que sea cada vez más justa, fraterna y solidaria.

Jóvenes que me escucháis: dejadme repetiros lo que ya os dije en Santiago de Compostela, en la Jornada Mundial de la Juventud: “¡No tengáis miedo a ser santos!”. Seguid a Jesucristo, que es fuente de libertad y de vida. Abríos al Señor para que Él ilumine todos vuestros pasos. Que Él sea vuestro tesoro más querido; y si os llamara a una intimidad mayor en la vida sacerdotal o religiosa, no cerréis vuestro corazón. La docilidad a su llamada no mermará en nada la plenitud de vuestra vida: al contrario, la multiplicará, la ensanchará hasta abrazar con vuestro amor los confines del mundo. ¡Dejaos amar y salvar por Cristo, dejaos iluminar por su poderosa luz! Así seréis luz de vida y de esperanza en medio de esta sociedad.

7. Estamos celebrando esta Eucaristía en la Plaza dedicada a Colón, el descubridor de América. Los monumentos que nos rodean recuerdan aquel encuentro de dos mundos, en el que jugó un papel tan decisivo la fe católica. En el marco de la conmemoración del V Centenario de la Evangelización de América, el 12 de octubre pasado, en Santo Domingo, y junto con todo el Episcopado Latinoamericano, quise dar gracias a Dios una vez más por “la llegada de la luz que ha alumbrado de vida y esperanza el caminar de los pueblos que, hace ahora quinientos años, nacieron a la fe cristiana” (Homilía de la misa para la conmemoración del V Centenario de la evangelización de América, n. 3, 11 de octubre de 1992). Aquel descubrimiento, que cambió la historia del mundo, fue una apremiante llamada del Espíritu a la Iglesia, y especialmente a la Iglesia española, que supo responder generosamente con ferviente ardor misionero. También hoy se hace apremiante la nueva evangelización, para renovar la riqueza y vitalidad de los valores cristianos en una sociedad que da muestras de desorientación y desencanto. Es necesario, pues, una acción evangelizadora que fomente las actitudes cristianas de mayor autenticidad personal y social, y en la que participen todos los miembros de las comunidades eclesiales. En esta solemne ceremonia de canonización del sacerdote Enrique de Ossó, hay que resaltar que la nueva evangelización a la que estamos llamados ha de tener como primer objetivo el hacer vida entre los fieles el ideal de santidad. Una santidad que se manifieste en el testimonio de la propia fe, en la caridad sin límites, en el amor vivido y ejercido en las actividades de cada día.

8. Por ello, con la fuerza del amor que irradia de los santos y la esperanza cristiana que nos llena de gozo, dirijo mi llamada a la Iglesia de España: Renueva en ti la gracia del bautismo, ábrete de nuevo a la luz. Es la hora de Dios, no la dejes pasar. No permitas que la sal se vuelva insípida, pues entonces, como dice el Señor, “no sirve para nada, sino para que la pisen los hombres” (Mt 5, 13). ¡Sé, también hoy, una Iglesia, que en virtud del testimonio de sus santos, muestre a todos el camino de la salvación! Abrid vuestras vidas a la luz de Jesucristo; buscadle donde Él está vivo: en la fe y en la vida de la Iglesia, en el rostro de los santos. Que, a imitación y ejemplo de san Enrique de Ossó, seáis sal de la tierra y luz del mundo, para que los hombres “vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). Amén."


(Al final de la Celebración eucarística el Santo Padre si dirige uan vez más a los numerosos fieles presentes en la Plaza de Colón con estas palabras.)

"Madrileños y españoles, un gran agradecimiento, un gran agradecimiento a Dios por todas las riquezas de vuestra historia humana y cristiana, por todas. Un agradecimiento especial por este Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en Sevilla. Eucaristía y Evangelización, un agradecimiento después de 500 años por la evangelización de América, un agradecimiento a Dios, a Cristo Jesús, al Espíritu Santo, por vuestros Santos y Beatos a través de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, y hoy San Enrique de Ossó. Un agradecimiento por vuestra acogida cordial al Papa. ¡Muchas gracias! Hasta la próxima vez, hasta la próxima vez en los caminos de la nueva evangelización. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén."